“El éxito prematuro le proporciona a uno la convicción de que la vida es un asunto romántico, y una idea casi mística del destino en cuanto opuesto a la fuerza de voluntad: en su grado peor, el error napoleónico.”
Francis Scott Fitzgerald
Ya está EL CULTURAL, otra vez fastidiando (aquí), con artículos sobre generaciones literarias.
Pero, ¡¡por los clavos de cristo!!, ¿es posible que nadie se dé cuenta de que con artículos como este se puede estar arruinando, cercenando de raíz, la carrera literaria de alguno de estos jóvenes escritores? ¿No entienden los periodistas que con esta atención desproporcionada pueden estar echando a perder -antes casi de comenzar- a quien podría ser en el futuro un brillante autor? No todos estos chicos menores de 30 años tienen aptitud para desarrollar una buena obra literaria. Algunos de ellos, de hecho, ya han dado sobradas muestras de ser unos negados. Pero otros, quién sabe, si se les respeta, podría ser que llegaran a algo el día de mañana.
La fama prematura es contraproducente en cualquier actividad, pero en la literatura más. Me podrán argumentar en contra que ya hubo escritores con éxito temprano que luego desarrollaron fructíferas carreras. Vale, pero eran otros tiempos. Entonces no tenían internet. Esta herramienta informática, obra del diablo, tiene mucho peligro.
Un joven autor necesita soledad y concentración para leer (mucho) y para escribir (aun más). Después de salir a la calle el artículo de El Cultural, cada uno de los chicos en él entrevistados habrá recibido una media de 50 solicitudes de amistad en facebook y en twitter. Y su ego -ya de por sí hinchado por el hecho de pertenecer a un escritor- se habrá multiplicado por dos o por tres. Peligro. Hace unos años las primeras novelas de los escritores ni se reseñaban. Solo aquellos que conseguían llegar a editar la tercera merecían la atención de los críticos. ¿Cuántos autores españoles, a lo largo del siglo XX, han visto malograda su carrera por un premio dado a destiempo o por un elogio excesivo e inmerecido? No me hagan dar nombres. Pues ahora, con internet y las redes sociales, peor. Hoy, con la misma rapidez que se sube a la fama, se baja al infierno. El ascensor ya no para en los pisos intermedios.
¿Dónde está la virtud?
Un término medio, como casi siempre y en casi todo, sería lo perfecto. Pero tenemos comprobado que si se trata de escritores el equilibrio es muy difícil. Yo no digo que lo ideal sea lo contrario, es decir: el autor totalmente ausente de la red y de los medios, que solo piensa en escribir y que no quiere ni publicar. De todos modos les voy a contar -para que nos sirva de referencia y así intentar situar el punto equidistante que sería el ideal- el caso totalmente opuesto.
EL ESCRITOR ERMITAÑO
Nota: Les anticipo que los nombres que usaré son todos falsos, he prometido confidencialidad.
Comienzo por el principio: hace cinco años, yo -pero no la sargento, sino la que soy en la vida civil- recibí un gran sobre lleno de fotocopias. Me lo mandaba una amiga, María, con la que tengo bastante confianza. Me pedía en una nota que leyera aquel tocho de papel. Se trataba de una novela, de una gran novela. Terminada la lectura me puse sin dilación en contacto con María y, como es lógico, le pregunté quién había escrito aquella maravilla. Mi amiga me contó que se trataba de un chico, Claudio, que había sido, hacía dos años, novio de su hija Marina. Mi amiga me contó lo mal que lo pasó su hija entonces, cuando Claudio la dejó, pero que ahora salía con otro chico y que ya estaba recuperada. Cuando Claudio cortó definitivamente con Marina y esta le pidió explicaciones, él –la persona más tímida que se pueda imaginar- incapaz de explicar de forma verbal sus motivos, entregó a su novia un montón de folios escritos a ordenador. Eran los mismos que yo acababa de leer casi de un tirón. Marina, después de leer aquel manuscrito, cayó en una profunda depresión y cuando su madre, intentando ayudarle, le preguntó por qué estaba tan triste, la chica le dio a leer el manuscrito. Mi amiga guardó durante estos años una copia de aquel texto prodigioso y dos años después, cuando el mal trago de su hija estaba olvidado, me lo envió para conocer mi valoración.
Mi respuesta, claro, fue que estábamos ante un gran escritor y que debía ser publicado cuanto antes. Pedí conocerlo, pero fue imposible. Hablé con Marina, la hija de mi amiga, y me entregó algunos de los poemas que su antiguo novio le había regalado en la época en que su relación marchaba bien. Leí aquellos versos, aún impresionada por la novela, y me parecieron de una sensibilidad extraordinaria. Me llamó la atención que todos los poemas estaban titulados con una letra del abecedario. Pero allí había 28 poemas, no 29. Me explicó Marina que Claudio había excluido la letra “M” a propósito. La novela había sido escrita a la edad de 25 años y el chico –Marina lo sabía- tenía terminadas tres novelas más, todas inéditas. A través de Marina le pedí una cita pero se negó a verme. Marina me explicó que Claudio le había contado que no escribía para ser escritor, que lo hacía por necesidad. Parece ser que el trauma infantil que sufre uno de los personajes secundarios de la novela le aconteció realmente a su autor, a Claudio. El psicólogo que lo atendió cuando era adolescente le recomendó escribir sobre ello, “se enganchó y ya no ha podido parar”. Con estas palabras me lo contó Marina, pero yo estoy segura de que no es tan simple. Lo digo porque una novela como esa no se escribe sólo por eso. He intentado en otras dos ocasiones convencerlo de que me dejara enviar su manuscrito a mi amiga Lucía, que es editora, y, siempre a través de Marina, su ex novia, se ha negado. Marina argumenta que lo conoce muy bien, que es muy tímido y que le “horrorizaría” ver su nombre impreso sobre un libro “en las mesas de El Corte Inglés”. Palabras textuales, de nuevo, de Marina.
Hay quien dice que publicar es bueno porque con las correcciones de la editorial, las críticas y la opinión de los lectores, se aprende y, sobre todo, se mejora el texto. Pero –digo yo- si los editores, los críticos y los medios de comunicación son los que tenemos hoy en España; si el autor se va a hacer popular –en el nuevo sentido que internet ha dado a la palabra “popular”-, si las cosas van a ser inevitablemente así, a veces pienso que mejor no publicar y luego, cuando se tengan 5 o 6 novelas ya escritas, sacarlas a la luz todas de golpe. El mercado siempre lo jode todo, pero si además se trata del mercado literario español de principios del sigo XXI, peor aún.
¿Claudio, nuestro “escritor secreto”, no quiere publicar porque es tímido, o porque le dan arcadas solo de pensar que puede terminar en (esto), en (eso) o en (aquello)? ¿ Claudio, nuestro “escritor secreto”, no quiere publicar porque es tímido, o porque se cortaría las venas antes que permitir que su libro fuera reseñado (aquí) o (allí) por (este), (esa) o (aquel)? ¿Claudio, nuestro “escritor secreto”, no quiere publicar porque es tímido, o porque se ataría una piedra al cuello y se lanzaría a un pozo antes de dejarse entrevistar por (fulanito) o (menganita)? ¿Claudio, nuestro “escritor secreto”, no quiere publicar porque es tímido, o porque, como la Bovary, se pondría hasta el culo de veneno antes que dejar que alguien de (aquí), de (allí) o de (más allá) metiera mano en su novela?
Sueño -¿pesadillas?- que en algún lugar de España hay un artista que a sus 33 o 34 años oculta, guardadas en un armario, cuatro novelas maravillosas que nunca se publicarán. Nunca. Yo no voy a insistir más, respeto su decisión y, tal como está el mundillo literario, lo comprendo. ¿De quién es la culpa? De las editoriales, de los críticos y de los medios de comunicación. Iros todos al infierno. Tengo ganas de llorar.
Como decía Rod Stewart (aquí):
“I can tell by your eyes that you‘ve probably been crying forever”
Yo sospecho que no hay en españa ni en ningún sitio un escritor de 34 años con cuatro novelas maravillosas guardadas en un armario sin que lo sepa nadie. Lo que sí que habrá, seguro es más de un escritor de 34 años con el manuscrito de alguna novela más que estimable arrinconada en el almacén de alguna editorial (o de cuatro), o, directamente, pasada por la destructora de documentos y llevada al contenedor azul del papel.
Por otro lado, una pregunta: ¿alguien me puede dar el nombre de algún escritor que haya escrito una obra magnífica antes de los 30? Del último medio siglo, seguro que no…
Salinger, con treinta y pocos si mal no recuerdo. Pero lo normal es que las bombas lleguen a los cuarenta. Siempre ha sido así.
Scott Fitzgerald, Camus, DFW… incluso Hemingway, si me apuras.
Salinger, que dice VD, además es todo un ejemplo de escritor ermitaño, al menos a partir del éxito del Guardián…
Buenas tardes,
Yo se poco de literatura, y he leído poco, pero por ejemplo, y aunque no fue escrito por un escritor «joven», El Libro del Desasosiego fue póstumo. Menudo ejemplo de gran novela guardada en un armario… Ejemplos de personas que escriben y no quieren publicar supongo que los hay, ya sean jóvenes o viejos…
Por cierto, qué gusto da tanta pasión por la literatura…
Norman Mailer escribió «Los desnudos y los muertos» cuando tenía 26 o 27 años. Fue, si no me equivoco, su primera novela. Imprescindible. Y Truman Capote hizo lo propio con «Otras voces, otros ámbitos» también mediados los veinte. Aun así esta obsesión por la precocidad me parece más propia de padres inexpertos que de novelistas y letraheridos. ¿O no?
Mario Vargas Llosa escribió la extraordinaria «La ciudad y los perros» creo que con 25 años, y con ella ganó el premio de novela Biblioteca Breve de Seix Barral, premio que tengo entendido se concedía a novelas aun no publicadas. Y «La casa verde», tan excelente como la primera, la publicó con 30 años, creo, y Barral peleó para que le dieran el premio Formentor de novela. ¿Y qué decir de Arthur Rimbaud que dejó de escribir poesía a los 20 años, y sigue siendo considerado uno de los poetas franceses más conocidos y personales?
La santísima trinidad: Vargas Llosa, Carmen Balcells y Barral, es una conjunción de astros que por desgracia nunca más volverá a producirse.
Solo eso.
Un saludo
La Margaretttte
Uy, Jonan, pues yo todo lo contrario. Sospechaba, más bien esperaba, que al menos tenía que haber una, repito, al menos una persona con un talento deslumbrante pero que abominara de todo aquello a lo que conduce el éxito y la fama. Y mas en estos tiempos.
A mi, que yo informatico y trabajo sobre Internet, es que cada día me cuesta mas aguantar la avalancha multimedio dia si, dia también. Ver en la prensa española todos los días noticias sobre el último twit, perfil de facebook, chorrada de google, etc encargado al becario de turno para rellenar espacio. No tengo, ni he tenido twitter, ni facebook, ni myspace, ni tuenti, y cada día que pasa soporto menos ver a toda la gente sentada en la misma mesa de un bar o cafetería tecleando sobre su móvil con la atención perdida y sin hacer el mas mínimo caso a aquellos con quienes comparte el rato (en teoría).
En fin, Sign’o the Times, como cantaba el Prince. Mira que es una canción que por si sola nunca me ha gustado, pero luego siempre leyendo cosas como esta el estribillo empieza a resonarme machaconamente.
«Times…»
Existen algunos, existen, claro que sí. Lo normal tendría que ser escribir, publicar y punto. Pero si publicas, por desgracia, firmas un papelito que te obliga a hacer una serie de gilipolleces que son una completa pérdida de tiempo. No todo el mundo puede permitirse el lujo de ser Pynchon. Para publicar con seudónimo ya te cagas, no me quiero imaginar cómo debe de ser hacerle entender a tu editor que nada de entrevistas. El I’d prefer not to, muy bonito en la ficción, pero en la vida real como que no.
Saludos.
Pues a eso me refiero yo, querido Vicente, que una, tal como está el patio, comprende que un escritor de verdad (no un payaso que sólo quiere ser famoso para ligar más o para que nunca más se rían de él -como le ocurría en el cole-) se niegue a publicar.
Un beso, rey
La Margaret
No hace falta que te niegues a publicar, Margarete. Es que en estos momentos o eres una máquina haciendo contactos -siempre y cuando vivas en Madrid y Barna- o ganas algunos de los premios de Tercera regional que no están comprados -el caso de la chica de Algaida-. Las editoriales, salvo Eutelequia y alguna que otra más, no están para empresas suicidas. Y se entiende.
Publicar por primera vez está bien. Aprendes, mejoras y da seguidad. Eso es todo.
En cuanto a críticas, las positivas no sirven para nada, son muy bonitas, te suben el ego pero ya; las buenas son las que te ponen a caer de un burro. Te obligan a ser objetivo con lo que has escrito, imprescindibles para no volver a cagarla hasta el fondo. Ésa es la verdad.
Pero esto, querida, siempre ha sido así. Los grandes maestros de mi generación serán conocidos dentro de 50 ó 60 años. El problema gordo, que es lo que me quita el sueño, es la crisis de la crítica. Sobre esto mismo escribía esta mañana. Sin críticos, esos grandes elitistas, las obras maestras pasarán desapercibidas en el futuro. Lo que necesitamos no es un nuevo Gaddis; lo que necesitamos son más Green. De todas formas, estamos en un momento de crisis, esto es, de cambio. Los elementos que hasta ahora eran considerados no literarios están comenzando a serlo, al desplazar desde el centro a la literariedad de las poéticas clásicas -la connotación, el mito, el significado humanístico-. La historia de la literatura así lo demuestra: lo que escribían Joyce y la Woolf para los Flaubert y los Tolstoi probablemente no era literatura. Tal vez en el futuro lo literario sea Tao Lin y no la novela de tal Claudio. Mira lo que ha ocurrido con la música. Al clasicismo literario le queda poco, querida Margarete.
«Al clasicismo literario le queda poco».
«Al clasicismo literario le queda poco».
«Al clasicismo literario le queda poco».
«Al clasicismo literario le queda poco».
«Al clasicismo literario le queda poco».
«Al clasicismo literario le queda poco».
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«Al clasicismo literario le queda poco».
«Al clasicismo literario le queda poco».
Desternillante.
Hable con los profesores de Lengua y Literatura. Ya verá usted como los aludidos nos parecen en cuestión de 20 años Homeros comparado con lo que viene. Si mi generación es un desastre, literariamente hablando, la de los 90 no tiene nombre. No sé, abra algunos de los libros de texto de Anaya o Oxford de 3° de ESO, échele un ojo y después me cuoenta.
Perdón por las dos erratas.
Antonio Orejudo, Fabulosas narraciones, publicada a los 33.
La mayor ausencia de la lista de Arjona es Aixa de la Cruz; la presencia más absurda, la de Pablo Muñoz, que chupa muy bien pollas pero aún no ha publicado.
Ni falta que le hace para aparecer en todas las tontas, digooooooooo, en todas las listas.
Si yo fuera él hasta me lo pensaría.
Cuando vi la lista yo también eché de menos a Aixa de la Cruz.
Yo creo que el problema está en que hoy en día puede hacerse «famoso» cualquiera. No hace falta ningún talento. Quiero decir, si alguien menor de 30 publica y la novela es un exitazo, pues oye, se ha hecho famoso por su propio éxito (luego ya se verá como lo lleva), pero es que los escritores españoles «famosos» de menos de treinta, no venden un carajo. Se promocionan mucho (unos a otros) en internet, y eso es todo.
A mí de verdad que me encantaría leer una buena novela de un autor español joven. Yo creo que tiene algo de especial seguir la carrera de un escritor desde sus comienzos, pero los pocos escritores jóvenes españoles que conozco me resultan muy desconcertantes.
Si uno se lee la sinopsis de Tierra de caimanes de Karen Russell (que si no me equivoco tiene 31) te entran ganas de leerla, ya se verá que tal es cuando la publiquen el mes que viene, pero en principio tanto la sinopsis como los extractos de la novela son atractivos e invitan a la lectura. Eso no pasa con novelas como Celacanto o Fressy Cool, que cuando lees la sinopsis piensas que tienen tan poco argumento que ni siquiera da para un resúmen mínimamente atractivo.
Otra cosa que me llama la atención es que algunos parecen deliveradamente interesados en no vender nada. Ya no digo que aspiren a escribir bestsellers (es curioso que casi todos los escritores de novelas que se ajustan a esos esquemas, sean de mayor o menor calidad, que de todo hay, están como mínimo en su cuarta década de vida), pero es que se venden fatal. Ya no sólo sus novelas, si no ellos mismos. Es raro leer una entrevista de una autor joven (ya no sólo español, por que Viola di Grado telita con ella) en que no resulte petulante, empalagoso y engreido.
También me resulta curioso, que para una actividad en la que sólo necesitas bolígrafo y papel (o ya puestos ordenador) siga habiendo tantas capillitas, donde parece que todo el mundo se conoce. Eso lo puedo entender en los bailarines o en los actores, donde los trabajos se concentran en determinados puntos geográficos, pero no me parece tan lógico con los escritores, ya que puedes desarrollar tu trabajo en cualquier sitio, y enviarlo sin ningún problema a un agente o a las editoriales independientemente de donde estén estas
Pero en fin, alguno que valga la pena tiene que haber (aunque sea por una simple cuestión de estadística), ahora sólo falta encontrarlo
-Buero Vallejo escribió «Historia de una escalera» con 31 años. El teatro se ha quedado ahí: no ha habido ningún autor posterior que lo haya superado. Y dudo que haya habido alguno que lo iguale, no me consta.
-Una cosa es un escritor y otra cosa muy distinta una estrella del rock and roll (o tuitera o mediática).
-El éxito prematuro de un escritor de raza, no es prematuro. Puede que le entorpezca, o le desvíe, pero, en el fondo, no le perjudica tanto. Lo malo es el éxito, prematuro o no, de cualquier mindudi que por ser un trepa vaya de escritor y consiga colarse, como tal, en las fotos. Tiene la hostia asegurada.
John Kennedy Toole escribió «La conjura de los necios» antes de los 30.
Sí, y no se la publicaron hasta que llevaba unos cuantos años muerto, y porque su madre fue muy pero que muy insistente.
Lo gracioso es que en ese caso, no sólo es una buena novela, si no que además se vendió como churros. Lo que da muestras claras de que el negocio siempre ha estado llevado por cegatos
Lo que pretendía con la pregunta de si alguien ha escrito algo bueno antes de los 30 no es tanto meterme con los jóvenes y sus posibles valores literarios como dar a entender que, al ser difícil, reconozcámoslo que antes de esa edad surja un escritor con una gran obra (a los escritores les ocurre algo inversamente proporcional que alos futbolistas, me temo), el interés que puedan tener los autores de menos de 30 es más comercial que literario, puesto que las editoriales y, quizás todavía más, los medios, tienden a caer en un silogismo tonto que es: si escribir (y publicar) algo bueno es difícil y escribir (y publicar) antes de los 30 también es difícil, entonces si escribes (y publicas) antes de los treinta, es que has hecho algo bueno. Y algo que se puede vender con el consiguiente lacito de «generación Ni-Ni», «Nocilla» o lo que sea… lo que no quiere decir que sea bueno, obviamente.
Y a las editoriales se les puede perdonar, porque después de todo son empresas que van a la pela, (aunque sólo sea, en ciertos casos, para sobrevivir y poder publicar alguna cosilla por amor al arte); pero, ¿a los medios que se hacen eco, periódicamente, del advenimiento de estas nuevas generaciones de literatos, que periclitan al cabo de unos pocos años para dar paso luego a otros, aún más insustanciales (uno ya lleva viendo unos cuantos de estos fenómenos)? A esos medios y periodistas cutres, que les den.
Ya, pero yo no creo que sea necesario que escriba su gran obra antes de los 30, pero al menos que de muestras de poder escribirla en un futuro
Como cualquier cosa que diga sobre los entrevistados (a quienes, por otro lado, no he leído) podría ser entendido como mera envidia (por ser yo escritor menor de 30 y no figurar en ninguna lista, generación, etc.) me limitaré a señalar el escaso valor periodístico que tiene, una y otra vez, repetir los mismos nombres, las mismas caras y, sobre todo, las mismas editoriales.
Que el común de los mortales (que compra poco y va a seguro) no salga de las mesas de novedades y best-sellers patrocinadas por 4 o 5 editoriales, pase. Que no lo haga un crítico literario, me parece escandaloso. Es como si un crítico musical (digamos, ¿Diego Manrique?) sólo escuchara a Bisbal, Baute y Miguel Bosé.
Fichado para mi lista de futuribles. Me gusta.
Hoy se cree que cada generación debe asumir de golpe toda la historia de la literatura y por degeneración del mundo, pero esto no siempre ha sido así, ya que se nos olvida como los géneros literarios conformaron en su mudanza al Lector, recolector en suma del botín ajeno. La historia de la lectura nos deja un sentimiento de perplejidad pues no informa detalladamente de la aprehensión del sentido de legado que hoy nos parece simple decorado de aulas y despachos. Las Musas discuten entre ellas mientras el stilo burlón se jacta presuntuoso.
Arrasamos la tabula rasa y esta voracidad se recrea en la retina táctil, bilocación del signo y de su ausencia, espectador y simulacro de sí mismo y de todo. Glosemos el fracaso y su eterna demora que tanto nos recrea.
O thou that tellest good tidings to Zion,
arise, shine, for thy light is come,
arise, arise, arise, shine, for thy light come,
and the glory of the Lord….
Leído en Atragantatus.
Estos son los primeros escritores que han sido ‘aclamados’ por la prensa y no por el público. Curioso cambio de estrategia.
Y la estrategia de algunas editoriales es publicar a todo lo que se menee a condición de que sea menor de 30. Creen que hay un gran potencial de negocio ahí. Por eso se mantienen impasibles pese a las críticas que les están lloviendo por todas partes. Lo malo es que eso hace que escritores como Orejudo, que a mí personalmente me parece muy bueno y en ocasiones hasta brillante, pase desapercibido. Seguro que hay muchos más.
Caramba, Ire, decir que Orejudo pasa desapercibido, y más aún por la atención que se les presta a estos fenómenos me parece una exageración: ni Orejudo pasa desapercibido para nada (otra cosa es que esté siempre a la altura que muchos esperamos de él… pero quizás eso sea culpa de nuestras expectativas, no suya), ni a los de la generación Ni-Ni les concoce mucha gente, fuera de los frecuentadores de este tipo de blogs y, por supuesto, en su casa a la hora de comer, espero… Otra cosa es que los muy ladinos intenten ir ya labrándose un porvenir de colaboradores de revistas dominicales y jurados de premios amañados, fieles a la tradición hispánica de trepaje de cucaña, como hicieron antes muchos de sus mayores (de los que dicen renegar…ja). Pero eso, como tantas cosas que pasan en Ejpaña, también es culpa nuestra.
Era un comentario por comparación, Jonan. Véanse los monográficos dedicados a esta peña, que no necesitan ni tener nuevo librito en las librerías, y la cobertura mediática que se le dedica a Orejudo cuando publica nuevo libro.
Cierto que es algo irregular como escritor, pero no me negarás que no hay color… Otro asunto es si nos basta con eso.
Saludos
Permíteme una última aclaración, Ire: yo soy un seguidor acérrimo de Antonio Orejudo, incluso de sus columnas e intervenciones radiofónicas, desde que leí «Fabulosas narraciones por historias» (ahí sí que se pasaba el canon establecido por el forro…). Es más, le considero la «gran esperanza blanca» por decirlo así, de la literatura española. Por eso, precisamente, me gustaría que todo lo que escribe estuviese a la altura de, por ejemplo, «Reconstrucción». Pero, repito, no creo que se le pueda exigir: si nos defrauda, la culpa es de nuestras expectativas, no de él. Tampoco Messi juega igual de bien todos los días, aunque nos gustaría.
Algunos con 30 años ya tienen preparadas sus memorias , sin olvidar al joven grupo » Cosmos » cuyas estrellas alegran la noche madrileña
Joder, no se os puede dejar solos. 30 mensajes (alguno menos) y el post es de ayer. Me pica la curiosidad ese Salinger misterioso español. Que esté como un puta cabra también es interesante. Me jode un poco que sea poeta porque me veo venir prosa poética pero bueno, nadie es perfecto. Desconfío, eso sí, de tanta buena novela con menos de treinta. Yo tampoco lo editaría, al menos hasta los cincuenta.
Mary Margaret tenemos que ir mirando de intercambiarnos manuscritos. Igual hasta tenemos alguno repe, jeje.
Sobre los chavales de El Cultural… en fin, pilarín, esta vez me lo he saltado pero toda culpa es de quien les hace caso (yo he sido el primero, lo admito). Pero están todos enmierdados, ojo, (me refiero a los diarios) porque ahora Luna colabora en suplemento de moda de El Pais escribiendo artículos de opinión (de cuestión, en realidad, porque aparte de formular preguntas y reconocer no tener ninguna respuesta no hace otra cosa) que hay que leerlo para creerlo.
Aburren. Leyéndolos me entran unas ganas de darme a la lectura!
Que conste que soy más del XVII, jeje. Joer, por fin un poquillo de humor.
Ya estamos con el mito del canon. Si el canon no es Homero, Virgilio, Dante, Shakespeare, Cervantes y Goethe tenemos un problema de base. Mejor que eso, nada. Muchos años llevan los tíos. Por algo será digo yo. No si es que ahora vamos a descubrir la pólvora no te jode. Otra cosa son las influencias personales.
Desde 1980 mezclando la Nocilla con la velocidad.
Nota al pie: me estaba leyendo de abajo arriba el articulito de marras de El cultural cuando me encuentro con un tal (esperad que miro) Juan López Bárcenas que dice los siguiente: » El problema es que la llamada literatura actual la define el canon, y a su vez el canon lo marcan autores de generaciones anteriores a la mía. En otras palabras, la literatura actual no es actual. Por suerte, sé de muchos jóvenes escritores que llenan sus cajones con una nueva narrativa, en la que los problemas de mi generación, entre otros el fenómeno de los ni-ni, sí adquiere protagonismo. Creo que algún día seremos nosotros quienes decidamos el canon, con 30 años de retraso…”
Hostia, tú, es que como les dejemos a estos establecer el canon con 30 años yo me enquisto de por vida en los siglos XIX y XX (ahora vendrá Vincent a hablarme de las maravillas del XV o algo así).
Y digo yo una cosa, amigo Tongoy: ¿qué narices hace un escritor de menos de 30 años preocupado por el «canon»? Este chico debería estar encerrado en su cuarto escribiendo su gran novela y dejar de decir tonterías.
Un saludo
La Margaret
Jaja, sí, también vi lo del Bárcenas este. Impresionante. No sé si por lo ignorante o por lo papanatas.
Lo de Luna es de flipe. La tía no sabe nada de nada y escribe de pena, como ya se vio en las columnitas de Público, pero eso sí, censura comentarios discordantes que da gusto y publica todos los que la insultan. Audiencia asegurada. Nos hablará de qué tatoo está más de moda y dónde ponérnoslo, fijo. En fin.
Lo que yop he dicho antes. «canon», en roman paladín quiere decir pillar cacho del pastel. Y lo que viene a confesar el pollo éste es que ahora los que pillan cacho (léase premios, promociones, primeras filas en las mesas de novedades, puestos en las editoriales…) son los que tienen más años que ellos pero que, por ley natural, dentro de 30 años, y con suerte antes, serán ellos los que corten el bacalao. Lo de toda la vida, vamos.
A mí no me cabe duda. Eso sí, hay que reconocer que como gestores comerciales no les gana nadie, ojo.
El problema es que la llamada literatura actual la define el canon, y a su vez el canon lo marcan autores de generaciones anteriores a la mía”
Inmediatez. Esta gente quiere que SE LE RECONOZCA PERO YA. Tan rápido como darles un LIKE en su Feisbus.
Cualquiera que haya leído un poco de Historia de la Literatura, sabrá que la mayoría de grandes escritores no fueron reconocidos en su época, ni mucho menos jóvenes, algunos incluso fueron publicados… ¡después de muertos!
Creo que el problema de esta gente es que no se comparan con escritores ilustres cuando se trata del HABER, tan solo cuando se trata del DEBER. Quieren ser DJs de esto de la literatura: hago dos bolos, me hago un nombre en esto de las fiestas de la lite, y me invitan a copas, y salgo en fotos con mis amigos megaguays. Cuando se cansan de eso, buscan hacer algún taller de escritura, dan charlitas y escriben artículos sobre no sé sabe exactamente qué… Al final el escritor hace cualquier cosa antes que escribir.
Porque se cansan, amigo/a e7ili. Estos chicos no tienen ganas de pasar 8 horas diarias delante de un ordenador -solos, incomunicados, sin fb ni twitter, concentrados- escribiendo una novela.
Que eso es un rollo, tú.
Un saludo y bienvenido/a al blog
La Margaret
Yo seré un pedante y un antiguo, pero leyendo Madame Bovary se me explican muchas mas cosas de la situación actual de España que leyendo a estos chicos.
Y ahí está Pablo Muñoz, cuyos Padres Ausentes es sólo un comentario sobre el guionista de comics Mark Millar. Y ya forma parte de una generación. Y ya es figura señera.
-Supongo que todo el mundo quiere escalarlo –dijo Bray sin convicción.
-No quieren escalarlo, quieren haberlo escalado –dijo Rand.
(En solitario, James Salter).
Muchas gracias, Leo, por tu contribución
Un abrazo
Margaret
Estimada Margaret:
Me temo que parte usted de un error taxonómico: la idea de que cualquier escritor joven que lo desee puede publicar. Es muy fácil (y acaso un tanto conveniente, me temo) juzgar a toda una generación por sus miembros más visibles. Tal y como usted apunta existe una esfera menos conocida de esta generación (quiero que conste que el término no me agrada nada, ya que se limita a un factor cronológico en lugar de a uno ideológico, bajo mi punto de vista), y seguirá siéndolo indefinidamente. No porque todos los novelistas, dramaturgos y poetas de este país con una calidad excepcional hayan decidido no publicar jamás, sino porque, en primer lugar, no se les concede la oportunidad.
He observado con cierta frecuencia que se queja usted, de manera más o menos velada, del exceso de lo que voy a llamar «histrionismo vanguardista». ¿Se ha planteado alguna vez el escaso interés que suscita entre los editores la recepción de un manuscrito de corte, digamos, clásico? Esto es un mercado (es triste pero cierto) donde determinados clichés se han convertido en esenciales para la publicación de una obra independientemente de su calidad: piense en el uso y abuso de marcas comerciales en los textos, sí como en la recurrente mención tecnológica; piense en el perfil social determinado de los personajes que deambulan por las páginas de las novelas contemporáneas. Nos engañamos al pensar que todo está permitido.
El clasicismo, por así llamarlo, es un tabú.
Conozco de primera mano a escritores de esos que ustedes se empecinan en llamar jóvenes (joven era Rimbaud, lo demás me da la risa) que emplean todo su tiempo libre en el oficio de la pluma y han renunciado a publicar; pero no porque sufran ataques de pánico escénico como su poético Claudio, sino porque sencillamente han asumido que su obra no tiene cabida en el panorama actual. Han sido derrotados antes, incluso, de comenzar su carrera. Y lo triste del asunto es que el público se está perdiendo su obra y a cambio tienen que tolerar otras cosas.
La culpa es del planteamiento editorial, eso está claro, pero desgraciadamente no veo a nadie interesado en cambiarlo.
Estimada señora Ramsey:
Permítame, antes de responder, una pregunta: Usted y yo nos conocemos, ¿verdad? ¿usted y yo hemos tomado juntas el té en el hotel Londres de San Sebastián? Fue hace 35 años, creo recordar, en la época en que celebrábamos las tertulias literarias de las 5 de la tarde. ¿No se acuerda?
La he reconocido por sus argumentos y por su labia.
La culpa es de los editores, sin duda.
El otro día el agente más poderoso del mundo, Andrew Wylie, le contaba a Valeria Miles en ABC (aunque esto ya lo ha declarado antes al menos tres veces, las que yo se lo he leído):
«En un principio, quise seguir los pasos de mi padre, que había sido editor, pero durante las entrevistas en las editoriales siempre me preguntaban lo mismo: «¿Qué estás leyendo?». Y la respuesta, «Tucídides», no caía del todo bien. Me decían que para perdurar en el negocio tenía que leer la lista de los libros más vendidos. Pero si el dinero era la única meta de la edición, entonces prefería dedicarme a la banca que a publicar basura. Joseph Fox, el editor de Truman Capote, me recomendó que intentara ser agente literario.»
Pues ni tanto ni tan clavo. No digo que solo los amantes de best sellers se puedan dedicar a la profesión de editor, pero lo que está claro es que los que odian los best sellers, los que se creen una élite porque solo les gusta Gaddis y DFW y los más raritos del barrio literario -el otro extremo- tampoco deberían meterse en esto. Es como un mecánico de automóviles que solo sabe arreglar coches de lujo tipo Porche, Jaguar o Mercedes y cuando le traen un Seat o un Ford ni lo toca porque él no se rebaja a mancharse de grasa con esos utilitarios. Ese mecánico conocerá la junta de culatas de un Porche mejor que nadie, pero no será nunca un buen mecánico de automóviles.
Un saludo
PD: Me ha gustado mucho el diseño de tu blog. Espero que empieces a publicar pronto. me pido ser tu fan nº1.
Desde luego son apasionantes las fábulas que se monta la gente para justificar los rechazos de sus porquerías. A leer a Herbert y a Monge y a Sucunza, inútiles.
Un abrazo, tocaya.
Yo sigo diciendo que lo más irritante del tema es que El Cultural haya ignorado deliberadamente al escritor menor de 30 con mayor currículum en este país: Ben Clark. Podrá gustar más o menos, pero lo que está claro es que por méritos literarios -traductor de Edward Thomas que no es ninguna coña- tendría que figurar el primero. De ahí mi cabreo. Lo demás lo esperable e incluso alguna sorpresa que se leerá con mucho gusto. La chica de Algaida, por ejemplo.
Buenas tardes a todos,
No se lo que les parecerá a ustedes Vila-Matas (a mí me gusta mucho), pero este post me ha recordado a un par de artículos suyos, y releyéndolos he encontrado un párrafo que acompaña bien a los textos de este blog:
“Te escucho, lector y no te negaré que casi se acabó la fiesta y que el cielo radicalmente negro siente indiferencia por todos, pero imagina, por un momento, que vas por ese último trayecto que le queda a la literatura y estás con los personajes de tu propia música en la última frontera, perdido en el desierto de Sonora, por ejemplo, al final de todas las búsquedas, o en la biblioteca gótica del gran Gatsby y te llamas Ojos de Búho y eres aquel tipo de grandes lentes que va siempre aturdido después de haber comprobado con asombro que los libros de la casa de Gatsby no son falsos.
Pongamos, además, que hay luna llena y banjos en el jardín.
-¿No lo ven? –dices-. Lo he comprobado. Los libros son de verdad.”
Se dice también en el mismo artículo…
http://www.enriquevilamatas.com/textos/reliyer1.html
Que “en el preciso instante en que los escritores empezaron a ser vistos, se malogró todo”. La idea quedó fijada en mi imaginario y me pregunté como serían las trayectorias de determinados escritores si fuesen completamente invisibles. Es decir, si pudiesen dedicarse de pleno a escribir (olvidémonos del sustento económico) y publicaran sin ser jamás vistos ni oídos, tan solo leídos. Tal vez su escritura llegaría a los niveles más elevados. Y en realidad, a día de hoy internet, pudiendo generar la completa anulación de lo privado, también permite mostrar al mundo una creación literaria desde el más completo anonimato (otra cosa es el número de lectores). ¿Qué piensan al respecto?
Y por otra parte, en otro artículo de Vila-Matas…
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/02/06/actualidad/1328551195_811715.html
Se comenta también “la modernidad” de determinada nueva generación de escritores…
“En los últimos tiempos recibimos noticia constante de gente no consciente de que de nada sirve que sean ellos mismos quienes digan que son innovadores, pues a la larga, si son revolucionarios o tecnoplastas, lo habrá de juzgar el digital tribunal del tiempo, siempre implacable. Dickens o Kafka nunca presumieron de cambiar la historia de la literatura ni la historia de nada y sin embargo la cambiaron. Es una prueba de que para transformarla no se necesita ir vestido al último grito. El futurista Julien Gaul presumió de ponerlo todo patas arriba y hoy nadie le recuerda. Si mi generación murió de Thomas Bernhard, algunos sectores de las siguientes van camino de asfixiarse de tanta pesadez, inercia y opacidad del mundo que se adhiere a la escritura de sus campanudos teóricos de lo nuevo.”
Gracias, Joan. Buena aportación.
Gracias también, claro, al señor Vila-Matas
La Margaret
muy muy bueno. Toda la culpa, si se malean estos jóvenes, o si algún lector se deja confundir, hay que echársela a la prensa cultural, que juega a ponerse medallas. Yo (editor) estoy pendiente de firmar contrato a un escritor que me exige no someterse a ninguna promoción de su libro. Ni entrevistas, ni presentaciones, ni viajes. No lo conoce nadie aunque ha publicado bastante, y dice que así está bien y que no tiene edad ahora para hacerse famoso, que con publicar le basta. En cuanto me envíe el contrato firmado, os daré noticias. Enhorabuena a todos.
El editor, como Dios, no juega a los dados.
Se cuenta la historia de un escritor de best sellers que un día intentando pasar inadvertido, tomábase un café, parapetado como sólo un VIP no sabe hacerlo en medio de los demás mortales, cuyos dividendos esperaba antes de su natural factura. Reconocido en su ego y por su planta, admitió a su lado a un rendido admirador, quien balbuceando entre sonrojos inquirió cómo era aquel milagro de verle tan tranquilo y ocioso en medio del trance de escribir el final de la trilogía que era la noticia comentada, esperadísima y repetida por editor, agente y suplemento cada tres meses, puntualmente religiosa, se diría. El autor, cual el quinto evangelista contestó con deje de apostura que en esos instantes, precisos y preciosos, estaba escribiendo a cuatro manos, qué digo, a ocho si me apuran, se dijo ya para sí, mientras despedía con un gesto al cínife imprevisto al que rogó silencio discrecional para no destapar su incógnita travesura.
Se distanciaba ya el muchacho, lector avieso así de capaz de retener el ISBN del más nimio legajo de su ídolo y meditaba en la respuesta: ¡cuán grande es éste, mi gran novelista, que incluso cando yo pierdo el tiempo en vivir intentando mi vida, él lo maneja como un mago, alquimista de la obra, multiplicando la escritura con la sola fuerza de su mente….!
Tornó el escritor a su imagen en el oscuro escudo del café y pensó en cifra temiendo ser leído: ¡cuán triste soy!, si este muchacho aciago creyó mi ilusa historia, cómo explicar que una obra de la que esperan vender tales millones de ejemplares no me la dejarían a mí sólo ni en el más absurdo de los cuentos de un argentino borracho de terapia.
Sólo quería señalar que me resulta curioso que se empiece un post con una frase de Scott Fitzgerald y se termine en la apología del escritor monástico. Fitzgerald no llevaba una vida retirada, no esperó para publicar sino que en 1922, con menos de treinta, ya había publicado dos novelas, no se la pasaba todo el tiempo trabajando, digamos que no publicaba por amor al arte sino porque necesitaba pasta, incluso, hasta se lo podría criticar diciendo que, como no tenía nada para decir, terminaba hablando acerca de que no tenía nada para decir, o hablando de lo difícil que es escribir (desde esa perspectiva se leería el texto “The Crack Up”, por ejemplo). Si bien comparto que, cuando se trata de literatura, resulta absurdo hacer teoría del sujeto, esto es válido tanto para un lado como para el otro. Caso contrario, si tomamos estos argumentos como válidos (llevar una vida retirada, tener algo para decir, no publicar antes de los treinta años, etc) y los llevamos casi cien años atrás, eliminaríamos de la lista de los buenos escritores, o de los escritores que prometen, a Fitzgerald (y esto sería inadecuado porque nos quedaríamos sin esa bonita frase con la que comienza este post).
Fitzgerald, querido F.W, tuvo la suerte de no nacer en la España de principios de siglo XXI y por lo tanto de no ser editado por esos que ya conocemos y de no padecer a los medios de comunicacion y a los criticos literarios carpetovetónicos. Pero lo mejor que le ocurrió a mi querido Francis fue no tener acceso a internet. Definitivo.
Un saludo
La Maggie
A ver si me aclaro, tú quieres decir entonces que, por ejemplo, Patricio Pron es Fitzgerald pero sin internet, ¿es eso?
Vamos a ver. No quieras aprovecharte de los trenes baratos. No has tenido suerte porque hoy, por motivos que te explicaré otro día, a estas horas de la noche, solo llevo tres gintonics. Con internet o sin, Pron es Pron y Fitzgerald es, para suerte de la humanidad, Fitzgerald.
No cuela, guapo, no cuela
Un poco de seriedad ¿eh?
La sargento Margaret
The Pain in Spain visto por… Adivinen
http://www.dazeddigital.com/artsandculture/article/14711/1/the-pain-in-spain-part-ii
Déjalo, Sisi, ya sabemos que a todos estos vamos a tener que comérnoslos con patatas durante un buena temporada. No reconocerían quienes han apostados por ellos – que son muchos- que se han equivocado ni a punta de pistola. Paciencia. Son la imagen de la ‘juventuz ejpañola’, hay que joderse.
He de romper una lanza, esta vez, por algunas de las cosas que en ese Cultural se han plasmado.
Conozco a uno de los autores, por ser amigo, no por ser escritor, y puedo decir que no han plasmado lo que verdaderamente dijo. Vamos, que el propio Cultural ha puesto lo que le convenía en boca de cada cual.
Yo no estoy a favor de esas páginas que intentan «generacionar» a los que escriben algo, sea lo que sea y con la calidad que sea… Para mí, que tengo 22 años, no me parece que podamos hablar de generación (pero tampoco podíamos a partir de la del 27, creo yo).
Aparte de eso, siempre que hay tener un huequecito para la duda razonable. Conozco las ideas de ese autor concreto y no me resultan en nada ajenas a lo que estáis exponiendo por aquí.
Muchas veces, disculpadme si esto hiere sensibilidades, los autores jóvenes creen que tienen que «dejarse hacer» este tipo de «perrerías» mediáticas para llegar a algo… Tarde se dan cuenta de que la poca popularidad que obtienen es efímera y de mala calidad.
Pero estoy con quien unos comentarios arriba dijo que es falso creer que los autores jóvenes respiran aire de publicaciones fáciles… En muchos casos, los autores no tan jóvenes, a los que aún se denomina «generación jóven», pisotean la cabecita de los pocos autores buenos que SÍ que son jóvenes de verdad.
El genio hay que considerarlo, a la edad a la que se presente, pero (y en este sentido va lo que he dicho de no acpetar el término «generación») es muy difícil que haya tantos genios tan juntos y que, encima, se conozcan… Estandarte de esa representación es, para mí, la señorita Luna Miguel, epítome de la desvergüenza y de la popular frase: quien tiene padrino, se bautiza.
Un saludo.
Mi historia es muy distinta a la de Claudio. Opuesta, si así se quiere.
En mi caso, tardé muchos años en darme cuenta de que era escritora; algo que, según tengo entendido, algunos me comentan que se puede elegir.
A diferencia de Claudio (y por fortuna), mi necesidad de escribir no surgió de la recomendación de un terapeuta como modo de expresión por trauma alguno. Esa necesidad, aquello de lo que hablaba Picasso al decir que «todo artista es un esclavo de su propia necesidad de comunicarse», me fue revelada mucho más tarde cuando, tras años de escribir, me di cuenta de que aquello era lo único en lo que había sido constante en toda mi vida, lo único que me apasionaba realmente.
Comprendo que la mayoría de las personas dicen saber lo que quieren a edades más tempranas pero yo no comprendí mi compromiso con la literatura hasta mucho tiempo después de que otros se hubieran adentrado y terminado sus estudios superiores.
Darme cuenta de que era escritora tampoco sucedió un momento concreto que pueda recordar. Supongo que, paulatinamente, saltando de un lado a otro y de unos estudios a otros, acabé por rendirme ante mí misma. Y es que, para alguien que ama la literatura, decir que es escritor le supone un paso tremendo. Aunque sea así, para uno mismo.
Por primera vez, era responsable de lo que escribía y era consciente de que el escritor, a diferencia del aficionado a la escritura, se encuentra con el lector a través de las palabras. Yo ya había recibido elogios en alguna ocasión y, aún ahora, es difícil tenerlos en cuenta. Esto es, al menos en mi caso, porque tampoco me preocupa demasiado que guste o no lo que escribo. Me importa que se entienda, eso sí; que adquieran un sentido los personajes y las tramas, el ritmo, la estructura. Y, como me importa el lector, no le tomo por idiota.
He escuchado recientemente el discurso de dos personas mucho más doctas que yo en la materia y cuyas reflexiones sirven mejor que mis propias palabras para ilustrar mi opinión sobre este tema. Ambos incluidos en las conferencias TED, el primer discurso que escuché fue el de Sir Ken Robinson acerca de cómo el sistema educativo mata la creatividad. Me resulta particularmente brillante la puntualización que hace respecto de las barreras creativas que el sistema (y, por ende, nosotros mismos) instaura en las mentes de los niños, impidiendo su desarrollo creativo y el hecho de que puedan pensar en sí mismos como artistas creadores.
El segundo, también elocuente y afortunado, es el discurso de la escritora Elisabeth Gilbert («El genio de la creatividad»). Me siento especialmente identificada con la conclusión a la que llega esta escritora al afirmar que, en el mundo literario y/o creativo, el éxito o el fracaso no dependen exclusivamente de uno y que existen múltiples factores, más allá de su calidad, que inciden en el resultado económico, comercial y profesional de una obra.
Así pues, no tiene sentido medir el éxito o el fracaso en función de la repercusión de una obra. Para mí, el mayor éxito que podría conseguir parte dos claros fundamentos: la satisfacción de un trabajo bien hecho y la posibilidad de un futuro en el que viva de lo que soy. Nada más y nada menos…
El fracaso no sólo sirve para mejorar. Esta cultura del éxito actual es errónea, parte de un concepto manipulado en pos de unos intereses que rara vez favorecen la creatividad del que crea y el buen juicio del lector que juzga.
«Cuando llegue la musa, me encontrará trabajando», continuó diciendo Picasso. Será que, por aquello de ser escritora, me aplico el cuento.
Tiene gracia que empecé a leer esta entrada de blog y enseguida me vino a la mente un nombre. Y ¡zas! El primer enlace hace referencia a esa pesona.
Hago mía esta frase de un reputado escritor británico, ya fallecido:
«La desventaja fundamental con la que cuentan los escritores jóvenes, es que no saben escribir» (P.G.W)