TIRE ESE LIBRO A LA PISCINA

Es muy difícil explicar por escrito lo que es la buena literatura, pero a veces un ángel viene y nos lo recuerda.

Ayer, con motivo del 50 aniversario del suicidio del escritor Ernest Hemingway, el suplemento cultural llamado Babelia (El País) incluía un gran artículo del novelista y periodista  Colm Tóibín, (Irlanda 1955) autor, entre otras, de Brooklyn (RBA, 2010). El artículo se titula Secretos de Hemingway y nos explica con  pocas palabras lo que el premio nobel quería conseguir con su prosa. Nos desmenuza Tóibín la forma en un buen escritor. Eso que tan sencillo parece pero tan difícil es conseguir:

En un fragmento eliminado de su relato El gran río de los dos corazones, Ernest Hemingway escribía a propósito de su alter ego: «Quería escribir como pintaba Cézanne. Cézanne empezaba por emplear todos los trucos. Luego lo descomponía todo y construía la obra de verdad. Era un infierno… Quería… escribir sobre el campo de forma que quedase plasmado como había conseguido Cézanne con su pintura… Le parecía casi un deber sagrado». En su remembranza de sus primeros años en París, París era una fiesta, Hemingway escribió también sobre la influencia que había tenido en él el pintor francés cuando estaba aprendiendo su oficio: «Estaba aprendiendo de la pintura de Cézanne algo que hacía que escribir simples frases verdaderas no fuera suficiente, ni mucho menos, para dar a los relatos las dimensiones que yo quería darles. No sabía expresarme lo bastante bien como para explicárselo a nadie. Además, era un secreto».

El secreto estaba en las pinceladas de Cézanne, cada una abierta y de textura visible, con repeticiones y variaciones sutiles, cada una llena de algo parecido a la emoción, pero una emoción profundamente controlada. Cada pincelada trataba de captar la mirada y retenerla y, al mismo tiempo, construir una obra más amplia, en la que había riqueza y densidad, pero también mucho de misterioso y oculto. Eso es lo que Hemingway quería hacer con sus frases. Después de contemplar la obra de Cézanne por primera vez en Chicago, luego en los museos de París y en casa de su amiga Gertrude Stein, lo que deseaba era seguir el ejemplo de esta última y escribir frases y párrafos a primera vista simples, llenos de repeticiones y variaciones extrañas, cargados de una especie de electricidad oculta, llenos de una emoción que el lector no podía encontrar en las propias palabras, porque parecía vivir en el espacio entre ellas o en los repentinos finales de algunos párrafos determinados.

Así, en París era una fiesta, Hemingway pudo escribir: «Pero París era una ciudad muy antigua y nosotros éramos jóvenes y nada era fácil, ni siquiera la pobreza, ni el dinero repentino, ni la luz de la luna, ni el bien y el mal, ni la respiración de la persona que yacía junto a ti bajo la luna». En esa frase consigue manifestar muy poco pero sugerir mucho; en el original inglés, de las 41 palabras, 27 son monosílabas. Eso hace que el lector se sienta cómodo, como si se estuviera diciendo algo sencillo. Sin embargo, está claro, por la puntuación y las variaciones de la redacción, que nada era fácil, sino que era, en gran parte, ambiguo y casi doloroso. En vez de decirlo, Hemingway logra ofrecer la impresión, alivia al lector con la dicción pero luego le sacude con los cambios de tono y significado dentro de cada oración.

La teoría es dejar que el escritor sienta y plasme ese sentimiento en la prosa, lo entierre en los espacios en blanco entre las palabras o entre los párrafos. Así el lector lo siente con más intensidad, porque no le llega como mera información, sino como algo mucho más poderoso. Le llega como ritmo, y le llega con tanta sutileza que la imaginación del lector se dedica por completo a capturarlo con toda su incertidumbre y su peculiaridad. Es decir, tiene un efecto más próximo al de la música, aunque las palabras conservan su significado. Contrapone la estabilidad de significado al misterio del sonido silencioso.

Esta idea de que, al escribir prosa, lo que se deja fuera es más importante que lo que se incluye inspiró de forma esencial el método de Hemingway como novelista y autor de relatos, hasta tal punto que algunas de sus obras posteriores parecen parodias de ese método, o una elaboración demasiado abierta del sistema que había desarrollado. Ahora bien, en sus mejores ejemplos, el sistema podía obrar milagros.

Si usted es de los que continua pensando que la nueva literatura en español vale la pena, le propongo un experimento:

1.- Vuelva a leer este fragmento que Tóibín destaca del libro de Hemingway. (1)

«Pero París era una ciudad muy antigua y nosotros éramos jóvenes y nada era fácil, ni siquiera la pobreza, ni el dinero repentino, ni la luz de la luna, ni el bien y el mal, ni la respiración de la persona que yacía junto a ti bajo la luna».

2.- Coja la novela que más le haya gustado en los últimos 5 años de un autor joven que escriba en español.

3.- Abra al azar la novela en 5 ocasiones (más de 5 veces no lo intente, porque puede que se quede sin páginas) y busque una frase que le sugiera algo más que lo que se puede leer juntando las palabras. Busque un tozo en el que encuentre un ritmo, un tono que lo lleve a otro sitio a otra época, que lo haga pensar, que lo incite a imaginar.

4.- Si no encuentra en esa novela elegida por usted nada de lo anterior coja el libro y, como hacía Don Francisco Umbral con las novelas de las jóvenes promesas que le defraudaban, tírelo a la piscina. Si no tiene piscina, tírelo a la basura. El efecto en su espíritu no será tan intenso, pero vale.

5.- Una vez que se haya librado del libro, métase en la ducha y deje que el agua fría corra por su cuerpo durante al menos 10 minutos. El agua, cuanto más fría mejor.

6.- Coja de su librería un libro de un buen escritor. Uno de verdad. Si tiene a mano Dostoievski, Tolstoi, Flaubert, o Stendhal, mejor. Pero también valen los locales: Cela, Torrente Ballester, Muñoz Molina, Baroja…

Le garantizo, si usted es de verdad un buen lector de  novela, que sentirá una sensación de bienestar intelectual cercana al placer físico.

De nada.

(1)   Que conste que Hemingway, siendo un gran escritor, no es de los mejores. Es decir: no hemos puesto el listón en lo más alto.

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9 respuestas a TIRE ESE LIBRO A LA PISCINA

  1. Pingback: El encanto de la comparación | sigueleyendo.es

  2. A. dijo:

    Joder, señoras, cuánta razón tienen… Yo cada vez que cojo una novela de los autores jóvenes del momento me entran temblores, algo parecido a la nausea que provoca un estómago vacío. No consigo entenderles y soy tan joven como ellos e incluso más. Cuando leo Henry Fielding, a Thackeray o a Sterne, que sin ser los mejores son tan grandes (por seguir con el nivel), me siento como después de una buena pitanza, me entra un sueñecito rico rico y duermo como los ángeles que han vislumbrado el paraíso.

  3. uno que pasaba por aquí dijo:

    Creo que estamos en un gran momento de la literatura joven española y que todo depende de qué busques como lector. Te puede gustar o no, pero es obvio que la literatura joven es una literatura diferente, que ha asumido la revolución tecnológica y al nuevo modelo de lector. Cada persona lee por unas razones distintas: si no os gustan, pues no los leáis. Yo primo el ritmo a la descripción, la energía a la perfección formal y la concisión antes que la adjetivación o la subordinación. Digamos que me gustan los libros con espíritu un poco punk y bloguero. ¿Soy por ello un mal lector? Soy filólogo y he leido Tolstoi, Dostoievsky, Faulkner, Hemingway y todo lo que se te ocurra. Y aún así me encanta lo que están haciendo los nuevos narradores (no todo, claro). Según este blog soy un verdadero gilipollas. Me recuerda mucho este blog a intereconomía, tan segura de la Verdad. Tenéis un punto fachoide que deberíais revisar. O es que sois viejos y no sois capaces de entender ya nada nuevo. O a lo mejor es que Dios os ha dicho que vuestra opinión es la verdadera… Si es así, entonces me callo y asumo que soy gilipollas.

  4. Todo esto es cierto. La mayoría de estos libros son del tipo «ni fu ni fa». Se leen, se olvidan.

    Pero ¡hey!, ¿y lo amiguitos que son de los editores?

    ¡Algo bueno tenían que tener!

  5. Sargento…
    Veo que a sus vacaciones sólo le faltan las tildes.
    (En voz baja: Creo ser buena amiga de mi editor -al que usted tiene en buen aprecio- y, sin duda, sigo siendo nadie… Claro que, tampoco soy tan joven…)

    ¡Firmes!

  6. franny dijo:

    Dostoievsky no debería parecerle buen escritor a nadie que le guste la literatura…

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