Yo no soy Harold Bloom, pero también he sentido placer al volver a leer El gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald (Anagrama, 2011. Trad. de Justo Navarro).
En el capítulo 5, Gatsby, por mediación de Jordan Baker, ha persuadido a su vecino Nick Carraway (el narrador) para que invite a Daisy Buchanan a tomar el té. Al piano tocan The Love Nest de Louis A. Hirsch y Otto Harbach (parte de la comedia musical Mary que se estrenó en Broadway en 1920) y Ain’t We Got Fun compuesta por Richard Whitting (de la comedia Satires, estrenada en Broadway el mismo año). [Esta información nos la proporciona el traductor como parte de su magnífico trabajo]
Así termina, en la página 105, este capítulo 5:
Cuando fui a despedirme vi que la expresión de perplejidad había vuelto a la cara de Gatsby, como si acabara de sentir una duda levísima acerca de la calidad de su felicidad presente. ¡Casi cinco años! Incluso aquella tarde tuvo que haber algún momento en que Daisy no estuviera a la altura de sus sueños, no tanto por culpa de la propia Daisy, sino por la colosal vitalidad de su propia ilusión. Su ilusión iba más allá de Daisy, más allá de todo. Y a esa ilusión se había entregado Gatsby con una pasión creadora, aumentándola incesantemente, engalanándola con cualquier pluma que cogiera al vuelo. No hay fuego ni frio que pueda desafiar a lo que un hombre guarda entre los fantasmas de su corazón.
Mientras yo lo observaba, se recompuso perceptiblemente. Su mano cogió la de Daisy, ella le dijo algo al oído y, al sentir su voz, Gatsby se volvió a mirarla, emocionado. Creo que aquella voz era lo que más lo subyugaba, con su calidez febril y vibrante, porque no cabía en un sueño: aquella voz era una canción inmortal.
Se habían olvidado de mí, pero Daisy levantó la vista y me hizo una señal con la mano; Gatsby ya no tenía conciencia de quién era yo. Los miré una vez más y ellos me devolvieron la mirada, desde muy lejos, poseídos por la intensidad de la vida. Entonces salí de la habitación y bajé los escalones de mármol bajo la lluvia, dejándolos solos.
Gatsby cree que está enamorado de Daisy, pero no es así. Él no lo sabe, pero Fitzgerald sí. El gran Jay Gatsby, el hombre que todo lo tiene, no ama a esa mujer que conoció hace cinco años. En realidad está enamorado del AMOR, ese sentimiento que no existe. O mejor dicho: ese sentimiento que solo existe cuando falta. Y Scott Fitzgerald levantando acta.
Les recomiendo que pinchen en alguno de los enlaces que hay bajo los títulos de las canciones y vuelvan a leer este fragmento de El gran Gatsby, un libro que está tan lleno de vida que solo le faltan patas para echarse a andar.
Mi sargento: Al piano tocan. Saludos, Muriel.
Gracias. Tienes razón. Lo cambio.
Un abrazo
La sargento
Chicas se les está cayendo el personaje!! esta entrada tendría que haber ido a… el blog «jefe». Atenti con la esquizofrenia que se les va a caer el boliche.
Gracias por la data ♥
Un placer