Leo en la página 365 de Pastoral Americana, de Philip Roth, lo que el Sueco (Seymour Levov) piensa de Jessie Orcutt, su vecina, mujer que de ser la buena madre de 5 chicos y chicas y la correcta esposa de un arquitecto de clase social alta, ha terminado, a sus cincuenta y tantos, siendo una alcohólica medio demente:
Lo que le causaba asombro era que a una persona parecía agotársele su propio ser, se le terminaba la sustancia que le hacía ser lo que era y, vacía de sí misma, se convertía precisamente en la clase de persona que antes le habría dado lástima. Era como si mientras sus vidas estaban llenas de satisfacciones estuvieran en secreto hartas de sí mismas y desearan prescindir de la cordura, la salud y todo sentido de la proporción a fin de abordar ese otro yo, el yo verdadero que era un fracaso totalmente engañado. Era como si armonizar con la vida fuese un accidente que podría acontecer en ocasiones a los jóvenes afortunados, pero algo, por lo demás, con lo que los seres humanos carecían de afinidad.
Terminado este párrafo, he vuelto de inmediato a la página 358 donde había leído lo que el Sueco no había sido capaz de concluir sobre el señor Orcutt, el marido de Jessie. (El Sueco acaba de asistir a una de las exposiciones de Bill Orcutt y se ha preguntado sobre el porqué de la bajísima calidad de los cuadros del arquitecto):
No se le ocurría al Sueco que tenía razón, que aquel hombre que parecía estar completamente de acuerdo con él, que armonizaba de un modo tan perfecto con el lugar donde vivía y la gente que le rodeaba pudiera estar divulgando sin querer que, en realidad, no armonizar era un deseo antiguo y secreto, y no tenía la más remota idea de lograrlo si no era esforzándose extravagantemente por pintar unos cuadros que no parecían representar nada. Tal vez lo mejor que podía hacer con su anhelo de ser diferente era pintar aquello.
Tiene razón Roth: se armoniza con la vida gracias al teatro, a la compostura y a la educación. Lo que somos en esencia no es presentable, todos somos “freaks” en nuestro interior. Por eso manténganse alerta porque, cuando uno menos se lo espera, la fiera, lo que somos de verdad, se desata y, como poco, nos deja en muy mal lugar. Toda una vida guardando las formas para acabar perdiendo los papeles. Pues sí, siempre es así.
La sargento Margaret, por ejemplo, es más sincera, más de verdad, que la que mueve sus hilos, yo.
Pastoral americana de Philip Roth (edición de Galaxia Gutenberg de la Trilogía americana que reúne las novelas Pastoral americana,1997 ;Me casé con un comunista, 1998; y La mancha humana, 2000)
Querida Maggie y yo chulapón,
quizás somos un paquete completo y todos nuestros yoes son verdaderos. Lo que sucede muchas veces es que sin querer o queriendo, quién sabe más en eso de ser humanos, se esconden o creemos que somos unos y no otros. Somos de todo. Y quien haya caído en algún abismo y salido de él más en más de una ocasión lo sabe. Es importante escuchar al enemigo, aunque jamás seguirlo, y a esos buenos amigos que nos detienen para contarnos lo que sólo ellos ven y que pueden decirnos con cariño. Este yo no mueve los hilos porque jamás los hay y por eso mismo existen viven y respiran las sorpresas.
ALIMAÑAS
Llegamos con un bicho salvaje bajo el brazo.
A veces invisible, cambiante como un humo,
una mancha de nube sobre el pasto.
Algunos también nacen con la dicha del verbo
y saben enseguida bautizar a su bestia, calzarla, emparedarla,
entrenarla para atacar a negros peligrosos.
Otros sin tanta suerte vivimos a la sombra de su aliento,
vamos a trompicones enganchados a su trotar caótico,
el único movimiento de este universo imbécil que no tiene patrón,
ni simetría, ni fractal con bozal imprevisible.
A.Z.
«Toda una vida guardando las formas para acabar perdiendo los papeles…»
Querida Sargento, tampoco hay que ponerse melodramática. Y menos con el «triste» del Roth, que no digo yo que no sea bueno, pero hay que controlarle las dosis.
Nos la pusiste a huevo, Margaret, y recibiste un buen trago de tu propia medicina.
Sin remordimientos. Estoy seguro de que, en nuestro caso, habrías hecho lo mismo.
Y ahora a lo tuyo. Que eres muy buena. Y queda mucha estopa por repartir.
Haces una interpretación demasiado libre de mis palabras.
Pero entiendo que publicar es hacer público y una ya no es dueña de lo que pone negro sobre blanco.
Agur
Maggie
Querida Maggie:
Una reflexión para corregir mi comentario de ayer y, de paso, saludar a Ágrafodido, que me precede con el suyo. Decía que con el del Mal-herido comencé a leer blogs sobre literatura; luego conocí el tuyo y el de Tongui. Con el paso del tiempo me di cuenta de que a sus lectores nos gustaba mucho que pusieran a parir a todo lo que se les ponía por delante. Si bien de vez en cuando alguien comenta que también habría que hablar de libros que están bien o de autores ídem, lo que realmente nos alborota la felicidad es lo otro.
Pero si algo te gusta o te parece bien, ¿por qué no habría que decirlo? Yo estoy leyendo en fila todo lo que se ha publicado en español de Sándor Márai y me siento fascinado por este autor, así que ayer, después de asestar un comentario en tu post, me puse a pensar que, si tuviera un blog, estaría exultante de gozo y no pararía de escribir acerca de Márai poniéndolo por las nubes.
Es cierto que tu labor patrullera está comprometida con la defensa del libro (seguro que te gustó cuando Márai escribe: “La literatura ha muerto. ¡Viva la industria del libro!”), y eso hace que tus lectores seamos más exigentes contigo y que nos gustaría que fueras amiga de Platón pero más amiga de la verdad y aplicaras siempre lo de Dura lex sed lex. Sin embargo, a veces olvidamos que no eres las tablas de la ley. En síntesis, que también tienes derecho a tus debilidades.
Un beso o dos.
¿Sabes, Maggie? ese comentario final tuyo te honra. Los que andamos por aquí de forma habitual no hemos esperado nunca que seas infalible – bueno, yo no, que era por no personalizar -. Tus «debilidades» te dulcifican, guerrera, que por algo eres «abuela».
Un besote, tonta.
Yo también estoy fascinada con Marai. Si te lo estás leyendo todo no te dejes los dos libros de memorias ni los diarios. También en Salamandra.
Maggie
Pues sí, queridísima Mag, estoy ahora mismo con su “Diarios 1984-1989” y hay tantas cosas que me gustan de él, pero lo que más (y ha sido una gran sorpresa) es el terrible y maravilloso testimonio de la muerte de su amada Lola, el sentimiento eterno entre dos ancianos enamorados hasta el final. Márai la mira en su lecho terminal y ella “Parece saber algo que se hubiese callado toda la vida”.
Me recuerda tanto a otros testimonios literarios, como el de Charles Ronsac y Marthe (“Uno no se cansa de amar”) y el de André Gorz y su esposa Dorinne en “Carta a D”, y de quien Gorz dice: “Tu vas avoir quatre-vingt-deux ans. Tu as de six centimètres, tu ne pèses que quarante-cinq kilos et tu es toujours belle, gracieuse et dèsirable… Tú vas a cumplir 82 años. Has encogido seis centímetros, no pesas más de 45 kilos y aún eres bella, graciosa y deseable. Hace 58 años que vivimos juntos y te amo más que nunca. Siento de nuevo en lo más profundo de mi pecho un vacío devorador que sólo puede calmar el calor de tu cuerpo contra el mío…”
Siempre sentí que este es uno de los pasajes inmortales de la literatura.
Lo último que he leído de él son sus memorias. Te copio lo que destaqué en mi cuaderno de Confesiones de un burgués (Salamandra)
En la página 340, Marai dice que no consigue entender cuál es el “secreto” de las personas que viven en paz consigo mismo. Y parece encontrar algo acerca de ese “secreto” en la entrega a los demás cuando dice: “yo he conocido señores que soportaban la vida de maravilla, que se quedaban donde el destino las había llevado y se entretenían hasta el último día de su vida, en general bastante lejano, y su “secreto” no era otro que el de servir con humildad.»
Página 338. “La mayoría de la gente no bebe para alcanzar un estado de éxtasis; simplemente lleva dentro una herida que un día no puede soportar más. Y es cuando empieza a beber.”
Sandor Marai cuenta (pág. 341) que cuando, ya siendo adulto, conoció las teorías de Freud ya era tarde: “la neurosis se había convertido ya en una necesidad vital para mí, en un instrumento y en una condición de trabajo; podría decir, con una comparación morbosa, que empezaba a “vivir” con mi neurosis, como un mendigo que vive mostrando a los demás sus muñones.”
Un abrazo
Maggie
Mi sargento, ¿qué le parece la traducción de la trilogía de Roth? ¿Qué le parecen las traducciones en general?
La trilogía americana está bien traducida (Jordi Fibla, también traductor de Thomas Pynchon), pero ayer me encontré con «amadrigerarse» y me quedé de piedra. «Amadriguerarse» como sinónimo de refugiarse. pero en general bien.
Tenemos grandes traductores. Para mí la nº 1 es Selma Ancira. Después Marta Rebón y Rafael Carpintero del que os recomiendo su blog
http://rafaelcarpinterotraductor.wordpress.com/
Un saludo
Maggie
No sé si este comentario lo he dejado ya en este blog. El texto final de la Sargento me recuerda a lo que dijo Ramoncín en una entrevista en la tele, a cuenta de su agresión a un paparazzi en Barajas, cuando pretendió fotografiarle con Yvonne Reyes. Ramoncín, arrepentido de su agresión, y ya habían pasado tres años, dijo: «Quien controla su (propia) cólera, controla a su peor enemigo», atribuyendo la frase a Séneca. Nada más cierto. Y la Sargento nos dice: «toda una vida guardando las formas para acabar perdiendo los papeles». No merece la pena, pero ¿donde está el truco para saber controlar la propia ira o cólera, y no perder los papeles?
esta entrada parece sacada a todo correr para tapar la del premio Nadal, tal era la corriente de simpatías suscitadas.
Tienes razón, D’ambroggio. Muchos han visto lamidas y chupadas varias en el post anterior cuando no había más que admiración sincera, discutible o no. Estamos muy mal acostumbrados. Sobre todo aquí, que en otros sitios todo son «vítores» (mucho más «elegante», ¿a que sí?, jaja)
pero de que hablas
de simpatías y antipatías corrientes ¿Y tú?.
Es cojonudo cuando hay dos que empiezan a mosquearse y a perder los papeles, se nota en que ya pasan de acentos, puntos y mayúsculas, como si la situación se les estuviera yendo de las manos. Que siga la fiesta.
habló el María Moliner.
Otro gran traductor es Francisco Torres Oliver, el que tradujo “La muerte de Arturo” para Siruela. Pero claro, en España parece que el único traductor bueno es el joven Marías.
Pingback: Y Roth
Gurka, la primera letra de la primera palabra de una frase se escribe siempre con mayúscula.
He recogido el texto de Philip Roth en http://unbosqueinterior.blogspot.com/2013/01/afinidad.html
Se aprecia al buen escritor y al buen lector.