¡Si conocieras el amor de Dios y lo que es el Cielo!
¡Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos!
¡Si por un instante pudieras contemplar, como yo, la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen!
Me has amado en el país de las sombras, ¡y no te resignas a verme en el de las eternas realidades!
Créeme, cuando llegue el día que Dios ha fijado y tu alma venga a este cielo, en que te ha precedido la mía, me encontrarás transfigurado y feliz, no esperando la muerte, sino avanzando contigo por los senderos de la luz.
Morirse no es nada importante… sólo me he ido al cuarto de al lado. Pero yo sigo siendo yo, igual que tú sigues siendo tú.
Seguimos siendo lo que éramos el uno para el otro.
Sigue llamándome con el nombre de siempre,
háblame igual que lo hacías antes,
no emplees un tono diferente,
ni más solemne ni más triste.
Sigue riendo con lo que nos hacía reír juntos.
Reza, sonríe, piensa en mí, reza conmigo,
que mi nombre se oiga en casa igual que siempre,
sin énfasis ni temor alguno.
¿Por qué tendría que estar yo lejos de tus pensamientos? ¿Simplemente porque tus ojos no me ven?
No, estoy lejos, sólo estoy al otro lado del camino.
Todo va bien.
Enjuga, tu llanto, y no llores.
San Agustín
Precioso, sensible y merecido homenaje a Ana María Moix.
Tan hermoso, como merecido el recuerdo
Qué bonito, redios.
Gracias, Patrulla. Es un texto bellísimo. Lo curioso es que para él no son figuras literarias, sino la realidad tal como él mismo la entendía (¿veía?). ¿Podéis decir de qué libro/texto es el extracto?
El texto es admirable. Vuestra elección, sin tacha. No se si levitar, o bien sacar el cilicio del armario.
Desconocía esta fotografía feliz de Ana María, en la que apenas se vislumbra el eterno gesto de fastidio, involuntario seguramente, con el que su faz posterior nos acostumbró, a juzgarla, y mal como siempre. Desconocía, en fin, que hubo un tiempo en qué, incluso ella, a la orilla del mar también se otorgó la tregua indulgente de la felicidad, pues ¿no es acaso eso la misma dicha para todos, un poco de paz, breve como aciaga, pero eterna en su decisión de perdurar?
Un recuerdo: cuando le preguntaron a Ana María por las memorias de su hermano, contestaría lapidariamente «cada uno recuerda las cosas como le parece», al menos ese fue su sentido y ésta una muestra de la mala memoria. Contrastaba así la sensación de que si aquél se había subido a las burbujas de buen champagne, ella seguía siendo la acidez de todo buen espumoso. Tenías razón, con esta imagen tuya, he comenzado a recordarte como me parece, (y te conviene)
Ana María mereció más que ser ella misma, más si cabe que su propio deseo de no serlo. Pero nadie le lleva la contraria a la falta de ambición, cuando esta nos puede hacer sombra, y así, mimamos los bonsáis, jugando a ser exquisitos jardineros del oriente y podando la verdad, nos aseguramos un lugar bajo le Sol. Ay, a todos nos llega poniente. Para los que escondéis las tijeritas, a vosotros os lo digo.
Descansa Ana María, nada merece tanto como nos lo imaginamos, bien lo sabías.
Fin del artículo de Gregorio Morán el sabado pasado en La Vanguardia (sobre la participación de Juan Cruz Ruiz en el funeral de Ana María Moix):
«Y qué decir de la despedida. No, no hubiera querido verlo. Juanito Cruz –“más Cruz que Juan”, en frase atribuida a Octavio Paz harto del agobio de este pelota profesional de nuestra cultura–. Qué cojones pintaba en el funeral ¡y de orador mortuorio! de una escritora como Ana María Moix, un tipo que representa todo lo que ella detestaba: la impostura, la adulación y el cinismo. Mejor hubiera sido arañar del Caballo viejo, esa hermosa canción venezolana del recién fallecido Simón Díaz. Ahí está escrito y en bella copla la conclusión del sufrimiento: “porque después de esta vida no hay otra oportunidad”.