No pienso mancharme las manos de tinta –y menos de sangre- con la reseña de “El impostor” de Javier Cercas. Bastante tengo con que la editorial me haya sacado 22€. Por ese motivo reproduzco la primera parte de la mejor reseña que he leído sobres esta “novela sin ficción”, la de Sebastiaan Faber. Si pinchan en el enlace del final, accederán a la reseña completa en la página de FronteraD, una web que vale la pena. También recomiendo la “Antolojía” en papel de los 5 primeros años de FronteraD.
“Lo primero que hay que hacer al leer una novela es desconfiar del narrador”
Javier Cercas, El impostor
La “novela sin ficción”, cuya patente española tiene pendiente Javier Cercas, es como la cerveza sin alcohol: un producto algo aguado, cuyo empalago apenas sirve para esconder su naturaleza puritana. ¿Cómo se fabrica un brebaje así? En vista de los dos ejemplos del género producidos hasta la fecha, Anatomía de un instante (2009) –una reconstrucción del golpe militar fallido del 23-F– y El impostor (2014) –una reconstrucción de la vida de Enric Marco, que mintió durante varias décadas sobre su paso por un campo de concentración nazi hasta que fue desenmascarado en 2005– la receta de Cercas tiene unos cuatro ingredientes básicos.
En primer lugar, cuenta con un narrador plenamente identificado con el autor que emprende una investigación con el objetivo de descubrir una verdad histórica escondida. Aparte de su condición de novelista, el narrador no tiene preparación profesional particular para esa tarea; no es historiador ni periodista (aunque se comporta más como periodista que como historiador). Lo que le mueve es una fascinación personal con el episodio en cuestión y la intuición de que el descubrimiento de la verdad representa un interés más general (quizás nacional). Es tal el atractivo de la historia, tal su calidad dramática o literaria, y tal el interés de darla a conocer –se nos asegura– que el novelista, en un acto de autocontención, se resigna a prescindir de su derecho habitual de invención o embellecimiento y se limita a contar la verdad y nada más que la verdad.
El segundo ingrediente de la novela sin ficción de Cercas es su dimensión autorreferencial. El narrador-autor insiste en referirse sin cesar al texto que tenemos entre manos. A esta autoconciencia continua le acompaña un tercer ingrediente importante: una dosis generosa de autobiografía. Al mismo tiempo que nos reconstruye una verdad histórica, el narrador-autor reconstruye el propio proceso de esa reconstrucción, lo que significa que nos reconstruye un segmento de su propia vida. En términos afectivos, la dimensión autobiográfica funciona como contrapunto. Si el relato de la verdad descubierta rezuma dramatismo y cierta autoconfianza heroica de parte del narrador –no duda de que hay una verdad que descubrir, de su propia capacidad de descubrirla, ni de la importancia de su proyecto– los pasajes autobiográficos están escritos en clave anti-heroica y confesional, con momentos directamente bufos. El narrador-autor nos revela que detrás de la imagen pública del autor de éxito se esconde un pobre hombre, con sus dudas y debilidades (le gustan las películas de Bruce Willis), sus intentos y fracasos (proyectos malogrados, manuscritos desechados), y con un complejo de inseguridad casi patológico. (Cuenta que en 2009, después de publicarse Anatomía, “combatía a duras penas la angustia y los ataques de pánico, me acostaba llorando, me despertaba llorando y me pasaba el día escondiéndome de la gente, para poder llorar”).
El ingrediente básico final de la novela sin ficción a lo Cercas es un cuarto de kilo de ensayismo sentencioso y predicador con aderezo filosófico (denominación de origen: la página de opinión de El País). A medida que nos reconstruye la verdad histórica que va descubriendo, y el proceso de ese descubrimiento, el narrador-autor siente unas ganas irreprimibles de opinar y filosofar sobre el significado de esa verdad revelada y sobre los factores que puedan haber motivado los intentos por encubrirla, afán que le lleva a pronunciar diagnósticos y juicios morales de amplio alcance sobre España y los españoles durante y después de la dictadura franquista, además de pequeños bocados de sabiduría casera que, a modo de leitmotive, flotan por el texto como albóndigas en una sopa: “La realidad mata, la ficción salva”; “el énfasis en la verdad delata al mentiroso”; “el pasado no pasa nunca, ni siquiera –lo dijo Faulkner– es pasado; el pasado es solo una dimensión del presente”; “el deber del arte (o del pensamiento) consiste en mostrarnos la complejidad de la existencia, a fin de volvernos más complejos, en analizar cómo funciona el mal, para poder evitarlo, e incluso el bien, quizá para poder aprenderlo”.
El novelista sin ficción es un traficante de verdades. Pero bien mirado son varios los tipos de verdad los que Cercas nos pretende vender. Cabe distinguir al menos tres, que corresponden más o menos a tres de los cuatro ingredientes que acabo de enumerar: una verdad autobiográfica, una verdad histórica y una verdad ensayística. Para cada tipo de verdad, el autor se arroga un tipo de autoridad diferente: digamos que en el contrato que establece Cercas con el lector cada tipo de verdad tiene su propia cláusula. Así, la verdad autobiográfica se fundamenta sobre una autoridad moral: los lectores confiamos en que el narrador no nos mienta sobre lo que vive y siente. La verdad histórica se fundamenta sobre una autoridad epistemológica: confiamos en las destrezas, el rigor y la honestidad del narrador como investigador del pasado: que haya sabido localizar la documentación adecuada; que haya hecho las pesquisas pertinentes; que no haya falsificado o escondido pruebas, incluso si éstas contradicen sus propias hipótesis. La verdad ensayística, finalmente, se fundamenta sobre una autoridad filosófica y ética: el narrador nos pide que confiemos en su capacidad de pensar, de razonar e interpretar, y por tanto de juzgar.
Ahora bien, un problema fundamental de la novela sin ficción de Cercas es la falta de equilibrio entre estas tres autoridades. La autoridad más sólida en El impostor (como también en Anatomía) es sin duda la segunda, la epistemológica. La reconstrucción de la biografía de Marco está muy bien lograda; Cercas desentierra gran parte de una vida desconocida hasta la fecha y la cuenta con gracia, economía y empatía dignas de admiración. La autoridad autobiográfica resulta un poco más dudosa. La aparente honestidad del narrador –es decir, su falta de inhibición a la hora de revelarnos sus dudas más íntimas– parece forzada y coqueta, y el personaje que surge de sus confesiones tiene un no sé qué de caricatura. Hacia el final del libro, cuando Cercas abre el grifo confesional de lleno en un diálogo inventado con Marco, cuyo impulso auto-acusatorio recuerda La Nochebuena, de Larra, y Niebla, de Unamuno, es difícil no sentir un punto de vergüenza ajena: “Le da pánico que descubran que es usted un mentiroso y un farsante” –afirma el marioneta Marco movido por el propio Cercas– “…y por eso se esfuerza de una manera sobrehumana para que todos crean que es usted lo que no es, o sea un buen escritor y un buen ciudadano y una persona decente y toda esa porquería tan prestigiosa…: cada mañana levantándose casi de madrugada y escribiendo durante todo el día para mantener la impostura, para que no le pillen…”.
La autoridad más débil de las tres sin duda es la filosófica-ética. Haciendo caso omiso de las albóndigas de sabiduría casera ya mencionadas, las verdades ensayísticas con aspiración de trascendencia llegan a una media docena, entre interpretaciones del personaje de Marco e interpretaciones de la historia reciente española. Son casi todas debatibles.
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Esto sí es una buena crítica, una crítica seria. Enhorabuena. Y mil gracias, patrulla, por leer por mí a toda esta gente.
Pero bueno. Por lo menos parece que se lo ha currao. Y con la que está cayendo…
Claro que a mí el personaje del pícaro «tipycal spanish» me toca mucho las pelotas. Y si tiene un trasfondo político lo encuentro ya, directamente, insufrible. Hace falta ser gilipollas para decir que has estado recluido en un campo de concentración nazi y que no se te caiga la cara de vergüenza. Puestos a quedarme con un caradura me quedo con El Dioni. Que además, cantando, el tío, entonaba de puta madre. Veánlo aquí si no.
Y con el Loco, el Quintero, na’ menos. Pa’ reventar.
Y entre tanto el Marco tirándose el moco en algún casal de Sants, rodeado de abueletes.
¡En fin, Cercás… qué tú sabrás a quien narrobiografías!
Jaja, un fiera el Dioni. ¿Sabías que hasta ha participado en una peli porno? Más listo que el hambre, el mendas.
Ire… ¿Cómo no voy a saberlo si yo, también, salgo enchufando en esa misma película?
El novelista se caracteriza porque siempre, siempre, habla de sí mismo. Esto es así porque se sirve de una historia movida por unos hilos invisibles con origen en su propio ser, como una marioneta o trasunto de sí mismo. Es decir, lo que el lector percibe son las sombras en la pared de la caverna, sombras que, por extensión, no solo reflejan las profundidades del autor sino, también, la naturaleza intrínseca de todo hombre.
Todo lo que dices es muy cierto FranPaco, cada novela nos habla siempre de su propio autor, y por eso sabemos que Cercas es egocéntrico, moralista, que se cree inventor de la sopa de ajo y…que le gustan mucho las albóndigas hechas en casa.
Reblogueó esto en Borrador cero.
Me pregunto por qué estos autores están tan sobrevalorados…
Gracias a la existencia de las famigilias, Sisi: no ejerzas de creador, sé bueno, sé mediocre, echa una mano a todos estos fabrizios para que las cosas sigan tal cual, y tú entrarás en el reino de los cielos. Pero no parece el caso de la patrulla, ¿verdad? No sé si has observado que, por negarle, le negaron incluso el entrecomillado…
La Patrulla (o sea Fallarás), en cuanto fiche con Planeta, si llega el día, dirá adiós a esta gilipollez del blog combativo y blablabla y se irá de copas con Cercas y con quien haga falta para seguir viviendo del cuento. Y el que crea lo contrario es que es tonto del culo, y encima en su casa no lo saben.
¿Entonces la sargento es Cristina Fallarás, la chica pelirroja que sale por la tele?
Yo siempre me había imaginado que era un tío con bigote.
Bueno, tanto como «chica»…
Pingback: EL IMPOSTOR DE JAVIER CERCAS por Sebastiaan Faber (Patrulla de salvación) | Libréame
Ahora entiendo por qué sois tanto de Qué Leer (mercado) y tan poco de Leer (literatura).
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Y el comentario que dejé en el artículo también es muy bueno