LA VERDAD, Y NADA MÁS QUE LA VERDAD, SOBRE LA “NOVELA DE LA TRANSICIÓN”

“Con todo, la televisión de comienzos de la Transición resultó ser una aliada excepcional de la novela a la hora de ganar lectores, de reactivar nuevos gustos narrativos y, en definitiva, de despertar un inusitado interés por la realidad inmediata e incluso de modificar la manera de percibir los acontecimientos que estaban sucediendo en España.”

Así concluye Jose Luis Calvo Carilla, profesor de Literatura de la universidad de Zaragoza, el capítulo (aquí) “Contextos discursivos audiovisuales de la novela española de la Transición” (Págs. 205 a 230) de su estudio “El relato de la Transición” publicado por la misma universidad en 2013.

José Luis Calvo Carilla da noticia de la corriente de experimentalismo a que se apuntaron los escritores españoles –muy modernos ellos- a finales de los años 60 y de cómo, casi una década después , gracias Dios y, sobre todo, a la Televisión, sí, a la TELEVISIÓN, dejaron de hacer el chorra, se adaptaron a lo que la gente quería –que no era más que lo que la TV de finales del franquismo les estaba dando- y de repente se dieron cuenta de que habían ganado lectores de forma amplia. La televisión, queridos Jordi Gracia, Juan Cruz y Muñoz Molina. Así que menos lobos, Caperucita. Ya está bien de decir estupideces. NO ME GUSTA QUE ME LA QUIERAN METER DOBLADA. Ya basta de querer retratar, 35 años después, a los “novelistas de la Transición” (Marías, Pombo, Azua, Vila-Matas, Millás, Merino, Montero…), como los abanderados de la libertad y la democracia; como los pobres escritores sometidos y sojuzgados por la negra bota castrense de la censura franquista que al llegar la democracia habían conseguido ¡por fin! publicar esas grandes novelas que tenían guardadas en el cajón para mejor ocasión. ¡Patrañas! Coño, ¡Patrañas!

 Ya dejamos clara nuestra postura ante este intento de vendernos la moto en “Los héroes literarios de la Transición atacan de nuevo”, nuestro “post” de hace unas semanas, pero como resulta que nos hemos tenido que desayunar con un nuevo articulito sobre el asunto en EL CULTURAL, y ya estamos hartas, pues hemos echado mano de quien de verdad sabe para poner los puntos sobre las íes.

 Nota: aquí abajo pueden leer el articulito, «Recuento», de Echevarría en EL CULTURAL a que nos referimos arriba. Se encontrarán con otra más de las típicas piezas del Echevarría de los últimos años: un tirón de la oreja, pero sin que duela mucho. Que se vea que sé mucho (más de lo que escribo), pero que nadie se enfade demasiado conmigo.

AECHE

Para centrar el tema y con la intención de que no se vuelvan a permitir los manipuladores de la historia literaria de España los lujos que se permiten al recordar este asunto, dejo aquí unos extractos del texto de Calvo Carilla:

 Por otra parte, existió también una apreciable revitalización genérica. El cultivo intensivo de nuevos temas y de nuevas modalidades –policiaca, negra, utópica, histórica de aventuras, erótica, etc.– enriqueció el panorama de la narrativa, que conquistó así sectores más amplios de un público lector y creó las bases de una industria editorial desconocida hasta entonces en España. Tal fenómeno, más sociológico que puramente literario, fue el resultado de muchos vectores concurrentes, como el desarrollo económico, la conquista de las libertades, la relajación censora del tardofranquismo, la profesionalización de la industria editorial y del oficio de escritor, etc. En el contexto de todas estas circunstancias apuntadas, tuvo lugar también un reencuentro con un nutrido grupo de lectores de novela quienes, al borde de la saturación de experimentalismo, habían terminado apartándose de la narrativa dominante en los últimos años.

El presente artículo pretende llamar la atención sobre un fenómeno hasta ahora escasamente valorado: el de ese llamativo reencuentro de la novela con el lector, el cual tiene en la televisión del último franquismo y de comienzos de la Transición una de sus claves explicativas determinantes.

 (…)

 La pequeña pantalla, con la inestimable ayuda del segundo canal, había venido creando en el espectador la familiaridad con adaptaciones de relatos de formatos tan variados como el folletinesco, el policiaco y criminal o el de anticipación y de misterio. La visualización narrativa de muchas de estas ficciones estaba reactivando en la memoria del espectador el recuerdo de sus lecturas adolescentes, mientras que en otras le instaba a una puesta de largo dignificadora de aquellas novelitas de quiosco –negras, rosas, del Oeste…– que no pocos españoles de la época acostumbraban a devorar por docenas para matar el rato. Fue, pues, esa audiencia televisiva, habituada pronto a tales adaptaciones de los más variados géneros, la que constituyó en buena medida el terreno abonado para la existencia de nuevos lectores: aquellos a quienes buscaron los novelistas a comienzos de la Transición.

Por lo tanto, gracias a la pequeña pantalla –se viene insistiendo en ello– alcanzaron en buena medida una perceptible revitalización otras modalidades de novela, como la fantástica o la criminal, que venían llevando una existencia underground en los sesenta, dada su doble condición de víctimas del rechazo creador y del desprecio académico y crítico (del rechazo del novelista de la época –por su carácter «paraliterario», incompatible con el compromiso social exigible al escritor– y, por esa misma etiqueta, y en el mejor de los casos, pasto fácil de estudios estructuralistas y sociológicos que terminaron de relegarlas al cajón de sastre de la infraliteratura, a la subcategoría de apéndices residuales del género e, incluso a un a veces inmerecido limbo literario y comercial). La televisión fue, en definitiva, la que ayudó de modo decisivo a los espectadores a recuperar y a dignificar unos gustos narrativos hasta entonces minusvalorados, los cuales habían quedado relegados a un consumo doméstico (que, en su escala más modesta, se proveía no pocas veces en el compro y cambio del quiosco).

(…)

  De todos modos, sería injusto atribuir únicamente a la televisión estatal el mérito exclusivo de esta transición de la novela española a la sencillez estructural y a la apertura a la variada gama de posibilidades temáticas que venía cultivando la novela contemporánea en otros países. Un sector considerable del lectorado seguía fiel a los insistentes reclamos del bestsellerismo internacional, cuyos populares títulos –llevados por regla general al cine y servidos por nuevas y modernas plataformas promocionales– llegaron a multiplicar el número de sus lectores. Tal es el caso del emergente fenómeno publicitario y comercial de Editorial Planeta o del Círculo de Lectores, creado en 1962 por Reinhard Mohn, presidente del grupo alemán Bertelsmann, y Pere Quintana, fundador de la editorial española Vergara, y que en 1965 contaba ya con cien mil socios. Tampoco cabe pasar por alto las interacciones discursivas entre la novela y el cine, campo en el que el español medio pudo contemplar numerosas adaptaciones de obras literarias pese a que, al filo de la Transición, siguiera respaldando de forma mayoritaria el «destape» y el landismo y, en menor medida, la comedia costumbrista de corte realista.

(…)

REALIDAD TELEVISIVA Y REALIDAD NOVELESCA

Con la perspectiva histórica de que hoy se dispone, en lo que no parecen existir dudas es en el hecho de que la estimulante realidad generada por la transición política resultó un atractivo camino para el ejercicio del realismo colectivo e individual. Los medios de comunicación se convirtieron en no pocas ocasiones en guías e incluso en avanzadilla de su cultivo. Puede afirmarse, pues, de modo general, que la transición de la novela hacia el realismo durante los años de la Transición (esta vez con mayúscula) en modo alguno fue un caso de evolución aislada del contexto sociohistórico y cultural en el que se inscribía. En última instancia, fue el espíritu de realismo político regido por el pragmatismo y el pacto social el mismo que presidió el cambio de la dictadura a la democracia, se extendió a la vida cotidiana, contagió a los novelistas y estimuló el hambre de actualidad de los lectores.

No cabe duda de que ese reencuentro de la novela con el lector de mediados de los setenta –renuncia hecha del encorsetamiento experimental del género– tuvo como espacio privilegiado la realidad inmediata, y encontró un incondicional aliado en la televisión, el medio narrativo por excelencia, que había modelado los hábitos sociales, los gustos estéticos y aun la mentalidad colectiva nacional de las generaciones de españoles que estaban conviviendo en el tardofranquismo, y que desde los primeros años de la Transición se aplicó a registrar cada vez con mayor fidelidad el día a día inmediato.

Como curiosidad copio esta nota a pie de página del texto de Calvo Carilla:

En 1955, y bajo el título de «La fama tiene estos nombres», el número 321 de El Español reproducía una encuesta del Instituto de la Opinión Pública que, ofrecía, entre otros, el escalofriante dato de que el 75% de los españoles no habían leído nunca una novela Entre el 25% restante, y al margen del best-seller de José María Gironella en 1947, Los cipreses creen en Dios –con un 3% de lectores, especialmente en las zonas rurales–, el 2% se repartía entre las novelas premiadas en el Nadal o en el Planeta u obedecía a fidelidades inquebrantables e igualmente minoritarias –Una casa con goteras, de Santiago Lorén–, entusiasmaba al 2% de la población lectora; en el heterogéneo cajón de sastre en el que entraba el 1% del lectorado figuraban el Quijote, Lo que nunca muere, Pequeño teatro, La sombra del ciprés es alargada, Cuerda de presos y «otras novelas».

 Si quieren leer un PDF del texto de José Luis Calvo Carilla, pueden pinchar aquí.

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8 respuestas a LA VERDAD, Y NADA MÁS QUE LA VERDAD, SOBRE LA “NOVELA DE LA TRANSICIÓN”

  1. Hanna dijo:

    Dios, no volváis a hacerme esto de ponerme delante el texto de quien sea, ya sabéis que me lo como entero por una especie de curiosidad insatisfecha… Bueno, y malsana, sé que sin malsana cojeaba. ¿No podíais haber hecho una especie de recensión para los lectores del blog, patrulla haranaga? ¡Y qué gris, académico y coñazo es el ladrón este, el tal Calvo Carilla! Ojalá que no lo dejen salir de Zaragoza 😦

    • Claro, ese es el asunto. El profesor de Zaragoza es un técnico en la materia, un perito. El profesor de Zaragoza no escribe divertido porque no trata de gustar. El profesor de Zaragoza no duraría ni dos telediarios en un suplemento como Babelia o en un periódico como EL PAÍS. El profesor de Zaragoza busca la verdad y la cuenta. Es mucho más bonito y entretenido -te entendemos, Hanna- leer los artículos de Echevarría, Juan Cruz o Jordi Gracia cuando relatan las gestas de esos caballeros andantes (los novelistas de la transición) que derribaron con sus escritos a crueles y represores dictadores y trajeron la libertad y la democracia para compartirla con todos nosotros. Contar las cosas como en realidad ocurrieron -que es lo que hace el profesor de Zaragoza- es mucho menos brillante y entretiene mucho menos.
      Pero nosotras aquí, en Patrulla de Salvación, no intentamos entretener. Se nota que llegaste a este blog hace poco, Hanna. Nosotras estamos aquí para hacer la guerra: para que la verdad prevalezca y los impostores muerdan el polvo. Si quieres pasar un buen rato, Hanna, cómprate EL PAÍS SEMANAL.
      Un abrazo
      Maggie

  2. Hanna dijo:

    (joder, me levantan la voz en todo frente, los amigos me dicen que deje a Steiner y demás y el ejército que lea El País Semanal… ¡y a Jordi Gracia, ese gilipuertas, o a Cruz, el tonto!). Sargento Maggie, estooo… con su permiso, ¿sabe? que es que yo no quiero leer El País, léaselo usted… Otro abrazo, sí, pero leer El País, no.

  3. Hanna dijo:

    Nada me escandaliza ya a estas alturas de la hoja parroquial, JC, pero no dejemos de informar sobre la guerra. Y ya metida de lleno en ella, en la hoja parroquial, tampoco me sorprendió que uno de los listillos del erial tuviera los santos cojones de escribir esto otro. Vivir para leer… y seguir corroborando qué bien los dejó instalados a todos ellos su encomiable parentela de antaño.

    http://elpais.com/elpais/2015/02/27/eps/1425065557_596846.html

  4. A falta de poder opinar sobre el texto del profe de Zaragoza porque no lo he leído completo (lo haré de inmediato) , diré que qué tiene que ver la obra de JM, AP, AMM o EV-M con la dichosa transición. Vamos, que sus libros son lo que son, sometidos al gusto de los lectores, independientemente del entorno políticosocial en que se escribieron o publicaron. Por supuesto son obras que aparecen en un contexto histórico determinado, pero de ahí a utilizarlas o interpretarlas como norias de una río ajeno…no sé a quien le puede interesar la lectura del ‘Jinete polaco’, o de ‘Corazón tan blanco’, en función de los acaeceres transitorios … Y ya no digo cualquiera de las obras de E V-M de su primera etapa. Creo que esa es una lectura estéril y equivocada
    De verdad, como se dice ahora, yo lo flipo

    • Pues algo parecido digo yo. Que no se deben sentir muy seguros -algunos de estos escritores- sobre la calidad de lo que escribieron cuando necesitan apuntalar su prestigio con eso de la Transición.
      Maggie

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