En estos días tristes en que Anagrama ha dejado de ser una editorial para pasar a ser una empresa, solo nos queda el ejemplo de Tusquets. Los nuevos editores pueden aprender de Beatriz de Moura, que sigue siendo una editora literaria de verdad y que se ha respetado a sí misma durante más de cuarenta años.
Beatriz de Moura dio una conferencia en los cursos de verano de El Escorial de 2003 sobre cómo se crea una editorial. En la charla, con sinceridad y transparencia, contó lo feo y lo bonito de la una larga trayectoria como editora. En Letras Libres, en su número de septiembre de 2004, se recogió esa conferencia en su integridad (en los dos sentidos de la palabra). Pinche Aquí para leerla.
Extractamos un par de cosas:
Comienza Beatriz citando las cualidades esenciales del aspirante a editor:
1.- Amar la lectura y, por supuesto, haber sido ya previamente un lector asiduo, de preferencia desde muy joven —y, mejor aún, desde niño—.
2.- Haber sido agraciado con el don de la curiosidad.
3.- Carecer de prejuicios: un libro gusta o no gusta, cualquiera que sea su género literario, de dondequiera que provenga (culturas, países o lenguas), quienquiera que lo haya escrito (mujer u hombre, negro, blanco, rojo o amarillo, hetero u homosexual, narciso, sado o masoquista o las tres cosas, creyente o ateo, de derecha o de izquierda, etc.).
4.- Tener facilidad para los idiomas.5.- Estar dotado de un desarrollado «don de gentes» y de un notable don de la movilidad.
6.- Haberse curtido en alguna experiencia laboral previa en las distintas actividades que genera una editorial, y saber en cuál de ellas, de preferencia, cree que puede dar lo mejor de sí mismo.
7.- Ser paciente, muy, pero que muy paciente —y muy, pero que muy tenaz, más terco que una mula empecinada—.
8.- Sentirse atraído por el riesgo permanente, ser intrépido sin por ello llegar a ser temerario.
9.- Ser competitivo, aunque (muy importante) sin caer en la envidia.
10.- No ser tacaño, sin ser manirroto.
11.- Nunca pretender trabajar con horarios fijos. En consecuencia, saber organizar el trabajo, porque siempre habrá más. Al parecer, cuanto más se trabaja, más trabajo se genera, y recomiendan que sea así para la buena marcha del negocio.
12.- Desprenderse del propio «ego», cueste lo que cueste. (Los únicos en una editorial que por lo visto pueden permitirse el lujo de exhibirlo son los escritores.)
13.- Aprender de los errores casi cotidianos y, por tanto, a ser humilde —dicen que casi en cada libro nuevo el editor se topa con un planteamiento distinto, de modo que nunca cesa de aprender—.14.- Tener lo que suele llamarse «buen vino» y, de ser posible, «buena resaca», con el fin de participar con buen ánimo en toda suerte de saraos y, al día siguiente, ponerse a trabajar como si no hubiera estado de farra hasta las tantas.
15.- Finalmente, saber decir «No» a un manuscrito sin herir susceptibilidades, y «No» cuando el presupuesto lo impida… Y —añade como en sordina— «…aunque se me parta el corazón.»
Beatriz de Moura por Colita.
Termina la conferencia hablando de las satisfacciones del trabajo del editor visto desde la perspectiva del final del camino:
Ahora bien, por loco que esté, ha elegido libremente su oficio, y en él ha vivido días tan intensos, tan plenos, tan apasionantes, tan satisfactorios, tan enriquecedores como poca gente en el mundo habrá tenido ocasión de vivir en toda su existencia. Ha sido para él una experiencia plenamente gratificante: ¿saben ustedes de qué naturaleza es la emoción, por ejemplo, de un editor cuando, al leer una obra inédita, tiene la neta impresión de encontrarse ante una auténtica obra de arte y de que es el primero en poder disfrutarla? ¿Saben ustedes cuál es el talante del instante de felicidad que vive un editor cuando comprueba que una de esas obras es finalmente reconocida, buscada, leída por miles de personas? ¿Conocen acaso el grado de admiración y respeto, pero también de amor y odio, de apasionados conflictos mutuos que acaban en algunos casos estableciéndose entre editor y autor? ¿Son ustedes capaces de comprender por qué su oficio, que le obliga a pasarse la vida en la incertidumbre en manos del azar, termina por ser una droga cuya adicción, si no le deja colgado a medio camino, pasa a ser muy superior a cualquier otra que se le pueda ofrecer? ¿Pueden imaginar el alcance de semejantes pasión y entrega que compensen con creces prescindir de una vida, pongamos por caso, familiar, hogareña y plácida, sin mayores sobresaltos?
Por este, y no otro motivo, afirmaba al principio que no se puede recomendar de buena fe este oficio a quien no haya sido tocado por la varita de la vocación.