La próxima novela de Andrés Neuman, Hablar solos (aquí), sale a la venta el 3 de octubre de 2012. (Editorial Alfaguara). Pero servidora tiene un amigo en la imprenta y, a cambio de un favor de tipo erótico festivo, lo he convencido para que me pase las galeradas. Aquí va mi reseña:
Resulta difícil sobreponerse al estupor que suscita la lectura de esta novela. Cuesta creer que, a estas alturas, se pueda escribir así. Cuesta aceptar que, quien lo hace, pase por ser, para muchos, mascarón de proa de la literatura de toda una comunidad, la latinoamericana, cuya situación tan conflictiva reclama, por parte de quien se ocupa de ella, el máximo rigor y la mayor entereza.
Andrés Neuman (1977) que pasó su infancia en Buenos Aires, nunca ha eludido -y eso le honra- la representatividad que viene recayendo sobre él desde el éxito clamoroso de El viajero del siglo (premio Alfaguara). No cabe dudar de las presiones que ello comporta y de lo difícil que tantas veces ha de resultarle abrirse paso a través de ellas. Hasta cierto punto, ello podría servir de atenuante de la tibieza y de la confusión que rodean la percepción que Neuman tiene de la realidad latinoamericana. Pero no puede de ningún modo atenuar, por lo que toca a esta novela, el carácter tan tópico -acusadoramente tópico, esta vez- de sus planteamientos narrativos, la enclenque consistencia de sus personajes, la poquedad de sus desarrollos.
Hablar solos tiene por principal escenario Buenos Aires, la imaginaria localidad argentina en la que viene recreando Neuman, con tintas arcaizantes, los atributos del ámbito ciudadano en el que él mismo se crió. Entre otras cosas, la novela viene a contar el deterioro y la pérdida definitiva de ese mundo idílico por obra del progreso, sí, pero sobre todo por la injerencia de una violencia histórica en cuya espiral queda atrapado Lito, el protagonista del relato.
Las circunstancias que, hacia finales de los años sesenta, pudieron empujar a un sano e ingenuo chavalote argentino a militar en un grupo de cultivadores del tango tradicional: tal parece el asunto que Neuman pretende ilustrar, echando mano de la experiencia de toda su generación y, eso sí, dejando claro su actual distanciamiento de la actividad musical tal y como se viene desarrollando desde el establecimiento de la democracia.
Cuando apenas cuenta 13 años, un informe psicológico atribuye la poca sociabilidad de Lito al «apego» que siente por «el mundo antiguo», y hace constar que «los viejos valores» aparecen en su mente «confundidos con los modernos». Muy tempranamente, Lito siente la llamada poderosa de formas de vida arcaicas, que lo mueven a añorar un «mundo antiguo» que sobrevive todavía en las cercanías de Baires. Allá frecuenta el caserío familiar, en «un pequeño valle verde, bucólico», que parece destinado a acoger a los «campesinos felices» (así los llama él siempre, citando a Virgilio), junto a los cuales se siente Lito más a gusto que entre sus compañeros de colegio.
El conflicto empieza cuando, siendo todavía adolescente, Lito descubre poco a poco el oscuro pasado de su padre, tanguista de profesión, que colabora con las autoridades y que estuvo implicado, al parecer, en actuaciones musicales desastrosas que tuvieron lugar en Buenos Aires. Pese a su completa ignorancia de lo ocurrido, Lito se siente «enfermo sólo de pensar que puedo ser hijo de un hombre que tiene sus manos manchadas de notas falsas».
A partir de entonces, el mundo de Lito queda ensombrecido por la maldad impenitente de los modernos y sus secuaces. Ellos son el origen de todos los males, pues no sólo son gamberros y malos músicos, no sólo son españolistas y están moralmente corruptos, sino que, para colmo, son los que, a fin de hacer prosperar sus turbios negocios, y siempre «llevados por su odio a las gentes de la Argentina», hacen traer a Buenos Aires las guitarras eléctricas y las baterías que con sus estridentes sonidos aplastan las «palabras antiguas», hundiéndolas en el barro «como copos de nieve», dejando ver «lo desigual de la lucha, qué poca esperanza había para el mundo de los ‘campesinos felices».
La progresiva toma de conciencia de este estado de cosas ocupa al menos dos terceras partes de la novela, en las que de paso se da cuenta minuciosa -y sonrojante- de las zozobras amorosas de Lito. El resto del libro, a fuerza siempre de introducir elipsis temporales toda vez que el relato se enfrenta a una dificultad, da cuenta de las forma casi inevitable en que Lito se incorpora al mundo del tango, organización que, conforme a su testimonio, parece limitarse a distribuir discos de pizarra y a tocar ante monumentos y edificios públicos. Sólo cuando las cosas empiecen a desmandarse tomará Lito la decisión de emigrar a Estados Unidos, donde a la vera de su tío Juan, poseedor de un rancho dedicado a la cría de caballos, cumple su ideal de vida bucólica, al lado de Mari Ann, su mujer (hija de un veterano brigadista internacional, cómo no), y sus dos hijitas. Con ellas juega Lito a enterrar en pequeñas cajas de cerillas palabras que en la «vieja lengua» de su país van cayendo en desuso.
La beatitud y el maniqueísmo de sus planteamientos hace inservible Hablar solos como testimonio de la realidad porteña. A este respecto, la novela sólo vale como documento acrítico de la inopia y de la bobería -de la atrofia moral, en definitiva- que no han dejado de consentir y de amparar, hoy lo mismo que ayer, de forma más o menos melindrosa, el desarrollo del tango argentino, reducido aquí a un conflicto de gardeles y piazollas, un problema de ecología lingüística, musical y sentimental, al margen de toda consideración ideológica.
Existe un huidizo concepto, el de la razón narrativa, que por su parte ampara las sinrazones que puedan caber en un relato. Pero es esta razón narrativa la que empieza por fallar completamente en Hablar solo, novela que incumple las mínimas reglas del decoro literario. El texto se ofrece como un desordenado «memorial» escrito por Lito pero reescrito póstumamente por su amigo Mario, antiguo camarada en la lucha y en la actualidad conocido escritor. Un artificio tramposo que, con sus chispas metaliterarias -y metaficcionales, dado que se insinúan aquí y allá claves autobiográficas-, no consigue amenizar la deriva tan previsible de un libro construido con una sentimentalidad jurásica, que en sus mejores páginas trae, bien que a su modo, el recuerdo de las novelas de José Luis Martín Vigil. Todo servido en una prosa de seminarista, de una cursilería casi conmovedora, llena de ridículos arrobamientos («los osos: tan inofensivos, tan inocentes, tan hermosos») y capaz de refutar en términos como los siguientes las maledicencias que corren en torno a don Pedro, un indiano ricachón -pero republicano- de quien se cuenta que labró su fortuna a costa de su hermano: «Detalles policiales aparte, los dos hermanos se querían mucho: porque eran Abel y Abel, y no, de ninguna manera, Caín y Abel. Desgraciadamente, como bien dice la Biblia, la calumnia es golosina para los oídos…». Y sigue.
Para nimbar el marco pastoral de la novela con favorecedoras luces crepusculares, resulta que Lito escribe su memorial sabiéndose víctima de una grave dolencia que pronto lo arrancará de su particular paraíso terrenal. Aunque tarde, ha comprendido que «la vida es lo más grande, quien la pierda lo ha perdido todo» (sic). Pero incluso a la muerte consigue arrancarle Lito rasgos embellecedores, pues en su cercanía el amor adquiere, dice, nuevas formas: «Formas dulces, casi ideales, ajenas a los conflictos y a los roces de la vida cotidiana». Como las del camino de salvación que postula esta novela.
Actualización a 18 de julio de 2012:
Esta reseña es falsa. Aclaración en el «post» que, por orden cronológico, viene detrás de este.
Miedo que dan esos amigos, Margarete. Menos mal que no somos conspiranoicos, ¿verdad?
¡Jajajajaja! Lo empecé a pillar en lo de «vasca». XD
¿Y qué es una prosa de seminarista?
Me huelo que por aquí hay ecos de música de acordeón, pero la lectura de «El viajero del siglo» fue suficiente para vacunarme del virus neumántico. Todo se me antoja muy transparente.
Perdón, se me había olvidado el chiste chorra de Sergio Dalma: hablar solos no es hablar.
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Y Atxaga, ¿qué opina de esto?
Y tu amigo, no será también el impresor de BIOY, de Diego Trelles Paz. Lo publica Destino en septiembre
http://planetadelibros.com/blog/leercondestino/2012/07/16/el-escritor-peruano-diego-trelles-paz-gana-el-premio-de-novela-francisco-casavella-2012-con-su-novela-bioy/
Después de tanta gazmoñería, te quitará el mal sabor de boca.
Ya lo dijo Echevarría…de Atxaga
http://elpais.com/diario/2004/09/04/babelia/1094254752_850215.html
Andrés Neuman combina lo peor del argentino y del español. Parece una caricatura.
¿Qué sentido tiene una crítica tan feroz? Si no te gusta el libro, escribe sobre otra cosa. La maldad te quita credibilidad.