Se dice que el imparable proceso de concentración editorial sólo trae cosas malas para la literatura: que si se acabará por editar solo lo muy comercial; que todas las librerías se cerrarán y solo quedará Amazon y las grandes superficies; que los agentes literarios y los escritores acabarán siendo estrangulados en sus derechos económicos, etc… Todo son desgracias cuando se anuncia que un gran grupo editorial multinacional ha engullido a la última casa independiente o cuando dos grandes conglomerados se conglomeran aún más.
No estoy de acuerdo, no todo es malo. A veces, sin darnos cuenta, sin que la noticia salte a las páginas de los periódicos, surge una bonita historia de estas fusiones y adquisiciones. Es cuestión de estar atentos. A nosotras, como buenas marujas que somos, nos encantan las historias de amor. Pero de entre ellas las que más nos conmueven son las reconciliaciones. Es tan bonito –imaginen que suena un romántico solo de violín- cuando dos seres que se amaron en el pasado, y que han estado peleados durante unos años, se reconcilian y se besan y se abrazan y el uno ciñe la cintura de la otra, y…
Pues eso ha ocurrido recientemente entre Ignacio Echevarría y Alfaguara, eso dos tortolitos. Como saben –y como pueden recordar (aquí) y (aquí)- Echavarría hizo , allá por 2004, una mala crítica en Babelia de uno de los escritores favoritos de Alfaguara (Bernardo Atxaga) y aquello sentó muy mal en el grupo PRISA, entonces dueño de la editorial. Al final partieron peras y tú a tu casa y yo a la mía. Resultado: diez años de morros.
Hace poco, Penguin Random House compró Alfaguara. Ahora ya no hay impedimento. Parece como si la hubiera palmado el padre de la chica –que odiaba al pretendiente- y muerto el viejo ya se pueden casar. Pues gracias a un tuit de Peio H. Riaño (este) nos hemos enterado de que Echevarría vuelve a abrazar el ombligo de los libros de Alfaguara. Dame otro kleenex, Daphne, que ya no son solo lágrimas, ahora son mocos.
No podemos olvidarnos del sacerdote que ha oficiado la ceremonia de recasamiento: el padre Claudio López Lamadrid. Este sacerdote no solo es muy buen amigo del novio (Echevarría), sino que además tiene mucha mano dentro del grupo editorial que ahora gobierna los destinos de la bella Alfaguara.
Nota: la sargento quería que Claudio López Lamadrid figurase en esta historia como «mamporrero», ya saben lo bestia que es nuestra Margaret. Pero el resto de patrulleras nos hemos opuesto; es mucho más romántica una relación bendecida por la iglesia. La edad, que te hace conservadora.
Precisamente hoy –fíjense qué cosas- hemos recibido un adelanto de La mala puta, el nuevo libro que la editorial Sloper publica el próximo 24 de noviembre y del que hablamos (aquí) en este blog hace unas semanas. “¿Está la literatura española agonizando? ¿Pueden los escritores de aliento artístico ganarse bien la vida, o sólo los autores de best-sellers? ¿Son las grandes editoriales un nido de hampones?” De esto va el librito que firman Miguel Dalmau y Román Piña.
Hay un capítulo que se titula: “El caso Echevarría”. Les adelanto algunos párrafos:
En este ámbito ya consolidado irrumpió Ignacio Echevarría, un joven filólogo de Barcelona que en relativamente poco tiempo se convirtió en el crítico estrella del diario El País. Como este libro no pretende ser una historia de la crítica española —y menos aún una biografía de Echevarría—, intentaré ceñirme a mis propósitos: señalar los excesos que puede llegar a cometer un crítico, basándose en una presunta primacía intelectual, y recordar los efectos nocivos que a la larga producen ciertas actitudes en la armonía del gremio literario. Dado que el azar quiso que Echevarría y yo estudiáramos en el mismo colegio, podría trazar un perfil bastante certero de sus orígenes y educación. También de su formación universitaria y hasta de sus preferencias culturales, porque como bien dijo Marcos Ordóñez, “todos los que leemos hemos leído lo mismo.” Y Echevarría no era la excepción. Pero yo prefiero destacar otra cosa. Durante su primera juventud Ignacio Echevarría fue un tipo culto, educado y bastante cordial. amparado en su aire a lo Peter Handke, era un devoto de la literatura y no necesitaba a simple vista saciar ningún afán de protagonismo. No respondía al perfil del estudioso alejado de los asuntos terrenales y menos aún un tipo con limitaciones de carácter para relacionarse con ninguno de ambos sexos. Retrospectivamente uno se lo imagina como un sólido profesor universitario que encandila a sus alumnas, o un brillante ensayista, e incluso un narrador de perfil intelectual. A lo Claudio Magris. Con estos antecedentes tan civilizados no era fácil reconocer al serial killer que llevaba dentro. Por eso muchos nos quedamos totalmente fuera de juego cuando se parapetó con su kalashnikov en la atalaya de El País y se dispuso a vaciar los cargadores. Semana tras semana.
(…)
Echevarría no tardó en adoptar el papel de ángel justiciero que no abandonaba la espada flamígera ni para tomarse una ducha. No pongo en duda que la mayoría de sus argumentos fueran sólidos y a menudo convincentes. La inteligencia tiene esto: deslumbra, hechiza, cautiva a propios y extraños. Pero si se emplea con fines destructores —no hablo de fines analíticos, quede claro, sino destructores—, la inteligencia vale poco. En realidad no vale casi nada porque entra en conflicto con la ética… No con la ética del crítico, sino con la de la persona que debería existir detrás y de paso con la sensibilidad de los otros. Además Echevarría comenzó a dárselas de ingenioso en el sentido de reír sus propias gracias. En este aspecto recuerdo una crítica corrosiva —una más— que dedicó a una novela de Jesús Ferrero. Creo que era El efecto Doppler. En ella Ferrero recurría a ese fenómeno acústico que se produce al paso de los trenes y lo empleaba como metáfora de la vida. Pues bien, la crítica de Echevarría llevaba por título “El mundo en Ferrerocarril”. Luego el degüello. He puesto este ejemplo tan evidente para sugerir hasta qué punto Echevarría fue creándose un personaje cuyos perfiles amenazadores se retroalimentaban a sí mismos.
(…)
Lo peor era, pues, esta sintonía con el violento y la plena aceptación del Mal. Por eso había allí un halo siniestro que traía los ecos de la dinámica nazi. Las críticas de Echevarría podían resultar muy tóxicas, del mismo modo que las campañas antisemitas de los años treinta. A lo mejor no te entusiasmaban los judíos, pero tras escuchar o leer las soflamas de Goebbels reconocías perfectamente al enemigo. Lo malo es que al final del corredor podías estar tú. Tu eras el niño del pijama a rayas y no tardarías en caer. En el momento en que llegaba tu hora sólo te quedaba un consuelo: no ser el único. Y tratándose de Echevarría nunca lo eras. A partir de ese día tu nombre pasaba a formar parte de un listado de víctimas y sólo aspirabas a que esa lista siguiera creciendo y creciendo. He conocido escritores que tras un varapalo de nuestro enfant terrible se consolaban y hasta alegraban de que la cacería fuera eterna. Lo sé. Me llamaban para comentarme la nueva hazaña del personaje: “¿Has visto lo que ha hecho con Fulano?” Y lo decían sin pena ni dolor, secretamente felices de que su propio drama literario se fuera extendiendo como una mancha de petróleo.
(…)
Sus ataques no eran producto de un rapto de temperamento sino de algo similar a un plan de exterminio donde el objetivo era la pureza “étnica” de la literatura española, algo así como la Solución Final. Se trataba de barrer, de depurar, de construir un mundo nuevo donde primaran los mejores, o los que él creía los mejores. Pero resulta que aquellos paladines de la excelencia se aglutinaban sospechosamente en la editorial Alfaguara, perteneciente al Grupo Prisa, que era el propietario de El País. Es decir, sus jefes. En cierto momento Echevarría tomó conciencia de ello e intentó neutralizarlo. Obviamente su reacción llegaba muy tarde, algo así como el golpe de timón en el “Titanic”: habían sido demasiadas críticas ensalzando o perdonando a los suyos, a cambio de hundir casi siempre a los demás. Pero en su último año las cabezas de algunos autores asociados a Alfaguara, y por extensión a El País, comenzaron a rodar. Yo creo que Echevarría se hartó de ser cómplice de aquella farsa donde había sido el rey. Pero es sabido que los conversos son muy intransigentes y sólo aspiran a obtener cuanto antes el perdón de sus pecados. Como esto entraba en abierta colisión con los intereses editoriales del grupo Prisa, el crítico se situó peligrosamente en el punto de mira. El asunto no dejaba de tener su ironía, ya que tras haber eliminado a casi todos los autores de la competencia —algo que nadie de su grupo le reprochó nunca— le cogió gustó al friendly fire, es decir, a cargarse a los soldados de su propio ejército. No tuvo empacho en pegarle bien fuerte a nuestro común amigo Luis Goytisolo, pero Goytisolo siempre ha sido un caballero y no se lo tuvo en cuenta. Entonces llegó su demoledora crítica a una novela de Bernardo Atxaga, que era nada menos que la gran apuesta de otoño de Alfaguara. Mientras El País le dedicaba un amplio despliegue a la salida del libro, Ignacio Echevarría alcanzó su cenit de virulencia en las páginas de cultura del mismo periódico. Esta vez ya no hablaba sólo de una mala novela sino de un autor que era poco menos que un indeseable.
En honor a Echevarría debo reconocer que Bernardo Atxaga es uno de los narradores más sobrevalorados de nuestra literatura. Si en lugar de haber escrito en euskera lo hubiera hecho en castellano, difícilmente en sus inicios habría sido admitido en cualquier editorial importante del país. Pero en Euskadi no había otro. (…)
El capítulo se extiende a lo largo de cinco páginas más, pero me he cansado del copia pega. Me voy a ver la telenovela. ¡Que bonitas son las historias de amor que terminan bien, con el galán ciñendo la cintura de la doncella y susurrándole versos de Nicanor Parra al oído!
Touché!
Qué bonito es el amor. Como dijo alguien, «la amargura de la felicidad»
¿Y este Echevarría ha escrito algo con pretensiones artísticas?
Porque es común poner el listón en las alturas para prestigiarte asociando tu imagen solo a obras excelsas, (truco, por cierto, que aprovecha ciertos prejuicios comunes en el género humano), y seguir siendo el zoquete de siempre.
El texto que han seleccionado de “La Mala Puta” promete diversión. Y está muy bien escrito: claro, directo y mojándose.
¿Es un texto erótico? lo digo por lo de mojarse
¡Echevarría forever!
Y viva Ordoñez…. el maestro rondeño ¡je, je…! 😉
Comentarios futiles no, por favor.
Se rompe el clima cultureta digooo… selecto de la bitácora literaria.
Cherchez la femme «franplan». Ese comentario aparentemente inocúo -o, incluso futil, como tu has osado… ejeem… calificarlo- es justo -lamento tener que señalártelo- uno de los comentarios de mayor trascendencía que se han dejado en este foro.
Cherchez la femme, amigo «franplan», cherchez la femme.
¡Ah! «Cultureta» eso por supuesto que no lo es -en esto sí que te doy la razón- que uno no da pa’ tanto. Está el patio que lo peta de «intelestuales». Un día de estos la sargento se va hartar, que, como un servidor, apenas las caza de todos los molondros que nos andan colocando últimamente -parece como si el mismísimo Zubiri hubiera resucitado de zombie y mordido a unos cuantos- y va a acabar explotando: «si me queréis idos», como hizo La Faraona en su día. A mí por bastorro.
¿Alguien pilla algo o ni flowers?
Comparar a alguien con un nazi en los foros de internet es ya un cliché, pero hacerlo en un libro me parece una simpleza.
Por lo que veo cuando critica Echevarría es un Goebbels, cuando en este mismo blog se critica a loz Zambranolmos se hace justicia literaria. Y cuando los de la tormenta no critican son unos blandos o serviles.
Creo que no había leído esta entrada. Y, sin embargo -y conste que no sé quién es Echeverría, pero algo le habré leído-, he de depositar todas mis esperanzas en lo que vaya a hacer con el único autor -miento, hay otro- al que considero un clásico en vida, por decirlo en manual cursi. La noticia es esta:
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/02/16/actualidad/1424111409_300133.html
Y cómo me extraña tanto papel de repente en los tiempos que le corren a esa industria, y en estas brañas; para alta literatura, Fifty Shades of Grey. Ojalá que no sea que se muere de hambre el hombre o que se nos muere sin más, anda por los 87, es decir, parece cosa de última hora, pensat i fet. Para los fastos.
Al que da la noticia en El País, Javier Rodríguez Marcos, tampoco tengo el gusto, pero la curiosidad me llevó a marujearle un poema en digital, el que piadosamente callo.