SELMA ANCIRA PREMIO NACIONAL DE TRADUCCION 2011

Supe, por primera vez, de Selma Ancira (Mexico DF, 1956) cuando leí los diarios y las correspondencia de Tolstoi (editados por Acantilado). Gracias a ella aprendí que la profesión del traductor literario es una de las más dignas que existe y que sin ellos no hubiéramos podido disfrutar de muchos de esos autores que nos enriquecieron la vida.

Selma también ha traducido a: Gógol, Pushkin, Chejov, Dostoievski, Nina Berbérova, Marina Tsvietáieva y Pasternak, entre otros, del ruso. Y del griego a: Giorgios Seferis o Yannis Ritsos.

Me acabo de enterar por La Vanguardia que el ministerio de Cultura español (al que le quedan dos siestas, por desgracia) le ha concedido el premio nacional de traducción. Nunca un premio fue más merecido.

En homenaje a Selma Ancira y a todos los buenos traductores (que malos los hay a puñados, que conste) copio aquí parte del artículo titulado Viaje a los originales de Tolstoi (versión PDF en el link anterior) que la revista Estudios del ITAM le publicó en 2005:

Estoy en 1857. Tolstói viaja por primera vez al extranjero. Pasará seis meses entre Francia, Suiza y Alemania. En sus cartas habla con arrobo de París, donde se ha encontrado con Turguéniev. Es evidente que se ha dejado seducir por la capital francesa. Sin embargo, a comienzos de abril presencia una ejecución y cambia drásticamente de parecer respecto a la república francesa, de donde sale huyendo al cabo de dos días.

El 21 de julio, desde Zurich, le escribe a Vasili Botkin, un literato hoy olvidado pero entonces bastante conocido. Se disculpa por no haberle respondido antes, le cuenta sus planes de viaje, le refiere sus encuentros con Turguéniev y menciona un incidente recientemente acaecido en Lucerna, que él `siente la necesidad de expresar en papel». Ese incidente, el lector de hoy en día lo sabe, se convirtió en el relato Lucerna. Continúo la lectura de aquella carta y de pronto me tropiezo con la siguiente frase: «En Lucerna atrapé la [1]._ ¡A lo que me ha llevado la continencia! _ ¡Me fui con la primera que pasó! Ahora estoy en tratamiento…», etcétera. Me llama poderosamente la atención ese 1 entre corchetes. ¿Qué significa? Es evidente que se trata de una enfermedad venérea, pero ¿cuál? ¿Qué debo poner yo en mi traducción? Busco en las notas a pie de página que tan escrupulosamente acompañan cada una de las cartas. No hay ninguna referencia. Voy al detallado texto que precede cada volumen. No encuentro ningún comentario. Consulto en la edición que R. F. Christian, reconocido especialista y celebrado traductor al inglés, hizo de las cartas y leo: «I»ve picked up syphilis in Lucerne.» ¡¿Sífilis?! Ignoraba que Tolstói hubiera padecido esa enfermedad. Sorprendida, le pregunto a la bibliotecaria si sabe el significado de ese número 1 encerrado entre corchetes. Sí, sabe que eso indica que en el texto ha sido omitida una palabra, y nada más. Cree, sin embargo, que sabremos de qué palabra se trata si consultamos una edición publicada antes de la Revolución bolchevique. Va por el viejo libro. Abrimos 1857, buscamos julio. Encontramos el pasaje. Los corchetes están en su sitio, pero ahora encierran la siguiente frase: «dos palabras tachadas de puño y letra de Tolstói». ¿Dos palabras? ¿No era una? ¿Qué palabras serán? Y… ¿cómo supo el editor que fue Tolstói quien las tachó? No, esto no sólo no aclara nada, sino que complica el cuadro.

Comento la solución por la que optó mi colega en su edición londinense y el desconcierto no se hace esperar: «¡En Rusia jamás se ha dicho que Tolstói hubiera padecido sífilis!» Me pregunto por qué. ¿Se deberá al falso pudor que reinaba en el mundo socialista? ¿Habrá sido negligencia del traductor al inglés? ¿Cómo habrán resuelto el problema los franceses que publicaron la selección de Christian, pero traduciendo las cartas directamente del ruso?

Recurro, con mi amasijo de dudas, a la directora de la biblioteca, quien coincide en que allí falta una palabra. Pero, ¿cuál? Habrá que averiguar. Saca de las estanterías distintas ediciones de la correspondencia. Las consultamos una a una. Las versiones se contradicen: una corrobora la falta de una palabra, otra dice que faltan dos, otra confirma que el mismo Tolstói tachó aquel vocablo y otra más que aquella palabra falta por ilegible…

Recurrimos a la edición de Gallimard. Si el traductor tuvo en las manos los originales rusos no cabe duda de que se topó con el mismo problema que yo, y seguramente habrá recorrido un camino similar al mío para solucionarlo. Estoy pensando en esto cuando leo: «J»ai attrapé la syphilis à Lucerne.» ¿Buscaría Bernadette du Crest de qué se contagió Tolstói o simplemente reprodujo la versión inglesa?

Agotadas todas las posibilidades no queda más que consultar el original de aquella carta, pero los manuscritos se encuentran en `la habitación de acero» y es viernes por la tarde. Habrá que esperar al lunes.

El lunes por la mañana llegué al Museo y encontré sobre mi mesa de trabajo un grueso volumen con el siguiente título: Lev Nikoláievich Tolstói y la medicina, escrito por Grigori Kulízhnikov, un médico que durante cuarenta años rastreó con ejemplar paciencia a lo largo de los trece volúmenes de diarios y de los treinta y un volúmenes de cartas del escritor cada padecimiento, cada malestar, cada una de las dolencias que el conde Lev Nikoláievich soportó durante sus ochenta y dos años de vida. Abro el libro y encuentro, en estricto orden cronológico, las mil y una afecciones del escritor: tosió, se resfrió, le salió un orzuelo, le dolía un diente, se lastimó un brazo, tenía el hígado inflamado, sufrió un mareo… ¡Es un libro de 640 páginas! Busco, pues, 1857, 21 de julio, con la esperanza de hallar la palabra eludida, pero Kulízhnikov no me ayuda: en esa fecha consigna una `enfermedad aguda de la uretra».

En eso estoy cuando me entregan una fotocopia de la carta hecha en la `habitación de acero». Ávida recorro el papel con la vista, pero la letra de Tolstói es indescifrable. ¡No consigo leer ni una sola palabra! Miro las líneas y no entiendo qué dicen. Busco la frase y no la encuentro. Afortunadamente acude en mi ayuda Tatiana Nikíforova, que se ha pasado la vida entre los manuscritos del escritor, y con ella a mi lado voy leyendo poco a poco, letra por letra: «En Lucerna atrapé la…» y una `t». ¿T?, miro inquisitiva a mi interlocutora. Ella lo aclara de inmediato. Es la `t» de tríper. Es decir: gonorrea. ¡Pero no sífilis! ¿De dónde
salió esa enfermedad? ¿Cómo pudo colarse en la traducción inglesa? ¡Y en la francesa! ¿Por qué?

A partir de ese momento cada vez que me encuentro con un sospechoso par de corchetes acudo a la señora Nikíforova y ella me responde con fotocopias hechas en la misteriosa `habitación de acero».

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3 respuestas a SELMA ANCIRA PREMIO NACIONAL DE TRADUCCION 2011

  1. Edda dijo:

    Por lo que cuentas, la profesión de traductor no sólo es digna, además es muy interesante. Gracias Margaret.

    Saludos.

  2. Daniel dijo:

    Merecidísimo. Despues de leer el extracto, no puedo opinar otra cosa. Gracias por el descubrimiento, patrulla. Un abrazo! (Sin [1])

  3. Monogatari dijo:

    ¡Qué maravilla!
    Gracias por el enlace al artículo.

  4. Lailah dijo:

    Siento decir que ayer nos dejó un grandísimo traductor: Hernán Sabaté Vargas. Acababa de ganar junto a su inseparable compañera Montserrat Gurguí el Premio Esther Benítez a la mejor traducción 2011 por Sangre Vagabunda de James Ellroy. Un pequeño homenaje a la gran labor de los traductores que con su trabajo nos hacen llegar la literatura a los lectores que no entendemos otro idioma.

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